Dirección: Santiago Amigorena.
Intérpretes: Juliette Binoche, John Turturro, Nick Nolte, Sara Forestier.
5 de septiembre de 2001. Irène (Juliette Binoche), agente del Gobierno francés en labores de espionaje, acude al encuentro de Orlando (Sara Forestier), una joven adolescente que vive con su abuela en una granja a las afueras de París. El objetivo de Irène es dirigirse con Orlando a París para cumplir el mandato del padre de ésta, Elliot (Nick Nolte): reunirse con Orlando y con David (Tom Riley), otro hijo suyo nacido en Estados Unidos, con el fin de hacerles partícipes de los acontecimientos que están al llegar.
Santiago Amigorena, director de origen argentino afincado en Francia, guionista habitual de cineastas de este país y de series de la televisión gala, se estrena en la dirección cinematográfica con “Algunos días en septiembre”, que, obviamente, tiene su origen en la tinta que ha salido de su propia pluma.
Amigorena, aprovechando la mentadísima catástrofe terrorista que sacudió el orden occidental cómodamente arraigado, construye una trama de espionaje en torno a un personaje en la sombra, Elliot, que, al igual que ocurriera con el Harry Lime de “El tercer hombre” (1949), no surge sino en el último tercio de la película.
Mientras tanto, el peso de la acción recaerá, entre otros, en la Binoche, compañera de profesión del misterioso Elliot; en una pareja de hermanastros adolescentes ciertamente cargantes; y, finalmente, en un killer lírico con complejos edípicos reconducidos por un servicio de mantenimiento psicoanalítico a su disposición las veinticuatro horas del día, interpretado por el sobreactuado John Turturro.
Claro está, con estos ingredientes, cualquier parecido, semejanza, vestigio, reminiscencia, con la clásica e irrepetible cinta de Carol Reed, es lejanísima y, en algunos momentos, su desarrollo conduce al sonrojo.
El problema reside, principalmente, en el planteamiento propuesto por Amigorena: empezando por mostrar la ridícula convivencia del trío formado por la poco convincente Binoche, afectada de un mal disimulado picorcillo sexual; pasando por la inmadura prole de Nolte, que pasan de comportarse de una manera exasperadamente infantil, a vivir una forzada relación pseudo sentimental; hasta incluir la estampa esquizoide de Turturro, más cercana al cómic o a los dibujos animados, que a una pretendida incursión respetable en el género que tan bien se le daba a Graham Greene.
Alberto Alcázar
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