• Por AlohaCriticón

amantes poster cartelDirección: Vicente Aranda.
Intérpretes: Victoria Abril, Jorge Sanz, Maribel Verdú, Enrique Cerro.


Madrid, años 50.
Después de concluir el servicio militar Paco (Jorge Sanz) intenta labrarse un futuro y casarse con su novia Trini (Maribel Verdú), quien trabaja como criada para un comandante (Enrique Cerro) del cual su novio fue asistente.
Paco alquila una habitación en casa de una joven viuda llamada Luisa (Victoria Abril), con quien iniciará una apasionada relación sexual.

El incumplimiento de las previsiones que alguien abriga respecto a un objeto o un acontecimiento determinados, no siempre constituye un suceso desgraciado: “Amantes” estaba destinado a ser, en un principio, un episodio más de esa excelente serie televisiva –promovida, y emitida, por Televisión Española- que, bajo el título de “La Huella Del Crimen”, recogió una selección de los más escalofriantes hitos de la leyenda de la España negra.

Pero, a la vista del material rodado y montado, tanto su director, Vicente Aranda, como su productor, Pedro Costa, consideraron seriamente la posibilidad de “trasladar” su distribución al circuito cinematográfico, previo paso por la Berlinale.

El campanazo fue espectacular: “Amantes” triunfó por todo lo alto en la capital alemana (además, “tocó pelo”, gracias al Oso de Plata a la Mejor Actriz con que se alzó Victoria Abril), y alcanzó un sonadísimo éxito tanto de público como de crítica.

Pero, no por casual, tendríamos que considerar este triunfo como injusto: “Amantes” es, sin ningún género de dudas, una de las mejores películas españolas de los últimos veinte años; una producción perfectamente homologable a cualquiera de ámbito internacional que se mueva en sus mismo parámetros; y una demostración evidente de que comercialidad y calidad no tienen por qué ser conceptos excluyentes en su relación con un mismo film.




“Amantes” es una película fuertemente “española”; al fin y al cabo, su trama se desarrolla en un momento histórico, el de la posguerra, y en un ámbito geográfico, el de la España profunda, ya sea capitalina o rural, perfectamente identificables (y mil y una veces llevados a la pantalla -hasta constituir casi una suerte de subgénero del cine hispano-, aunque quizá en muy pocas ocasiones con tanta brillantez formal como en ésta); pero toca unos temas, y despliega unas tramas, tan universales que, sin perder tal seña de identidad, es capaz de trascenderla y elevarse como una fantástica muestra de híbrido del mejor film-noir –aderezado con unas gotas de sexo nada elíptico, por cierto- y la más macabra tragedia amoroso-costumbrista.

Y no, no se trata de una acumulación abigarrada: todos los elementos se despliegan, y engarzan, con naturalidad, hallando su ubicación clara en una narración lineal y sin la más mínima complejidad estructural.

“Amantes” también es una película claramente de autor; del suyo, de Vicente Aranda: en “Amantes” encontramos todos los rasgos que configuran el tan particular universo fílmico del director catalán, sus gustos, sus querencias, y todo aquello que viene constituir referente de su personalísimo estilo.

Pero, eso sí, tamizado, como con sordina: no en vano, terminan imponiéndose sobre el tremendismo y el sexo explícito al que antes se aludía –que también los hay: en la ciega determinación de los personajes en pos de sus pretensiones, por ejemplo-, otros elementos, como la atmósfera de miseria física y moral que lo inunda todo (y que tan bien plasmada queda gracias a unos magníficos trabajos tanto de dirección artística –ya sea en interiores o en exteriores- como de iluminación –esa luz mortecina y grisácea que da un color apagado tremendamente propio-), o un dibujo de personajes plagado de matices y recovecos.



Personajes muy vivos, que, desde unas constantes de carácter bien definidas, evolucionan y se van posicionando en función de los avatares de la historia, hasta descolocarse y descolocar al espectador, de forma abrumadora: algo inevitable cuando la trama va a terminar desembocando en un final tan amargo como trágico.

Y, para dar vida a tales personajes, un trío protagonista de muchísimos quilates, no tanto por sus calidades individuales –si exceptuamos el caso de Victoria Abril- como por la extraordinaria química que surge entre ellos, fruto de un excelente trabajo de dirección de actores: tanto Jorge Sanz (ese Paco inocente y lerdo, cuyo único motor existencial parece ser la expectativa de poner su miembro viril “a buen recaudo”; por ahí, precisamente, terminará perdiendo la cabeza…) como Maribel Verdú (su Trini, la fregona que, por amor, venderá su alma al diablo y su virgo y sus ahorros al peor postor, en una clara demostración de que cualquier pragmatismo se termina yendo al traste cuando juega sus cartas en la mesa equivocada) consiguen prestaciones muy superiores a las que, a tenor de sus trabajos precedentes, hubiera cabido esperar de ellos, y demuestran una madurez y capacidad poco acordes con su bisoñez.

En cualquier caso, prestaciones suficientes para alcanzar el nivel en el que se mueve ese monstruo de la interpretación (aquí, además, en estado de gracia) que es Victoria Abril: su caracterización de Luisa, una mantis religiosa que convierte a un muñeco en un guiñapo con sólo un par de pasadas por su cama, pero que, a pesar de ello, termina siendo, presa de un efecto boomerang, la víctima de todas las trampas (la suya, en lo amoroso, y la de sus compinches, en lo “profesional”), un juguete roto y desvalido, constituye toda una lección de creación de un personaje, y lo convierte, junto a los de sus compañeros de reparto, en el vértice más brillante de un triángulo tan mortífero como espectacular (espectacular, sí, pese a lo sórdido del ambiente que les rodea).


“Amantes” es un excelente thriller criminal, pleno de tensión y desarrollado sobre una progresión narrativa precisa y metódica; “Amantes” es un magnífico drama sentimental, plagado de pliegues escabrosos y meandros a cuyo borde es peligroso asomarse; y “Amantes” es un extraordinario retrato social y costumbrista de una España, la de posguerra, que ofrece pocos resquicios a una memoria sentimental con una mínima pizca amable.

En definitiva, una gran película, de las que se ven muy de tarde en tarde y que, por tanto, hay que disfrutar con total regocijo en todos y cada uno de sus matices, que son muchos y variados, tal es su riqueza de formas, fondos y registros.
Formidable.

Manuel Márquez

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