• Por AlohaCriticón

Dirección: Arthur Penn.
Intérpretes: Warren Beatty, Faye Dunaway, Gene Hackman, Michael J. Pollard.


Estados Unidos, años 30, en plena depresión económica. Bonnie Parker (Faye Dunaway) es una joven camarera de existencia aburrida cuya vida cambiará el día que conoce a Clyde Barrow (Warren Beatty). Ambos deciden formar la que sería la pareja de atracadores más buscada de Norteamérica. Posteriormente se les iran uniendo el joven mecánico de coches, C. W. Moss (Michael J. Pollard), el hermano de Clyde, Buck Barrow (Gene Hackman) y su nerviosa mujer, Blande (Estelle Parsons).

A partir de unos personajes reales y con un sólido guión de David Newman y Robert Benton (posteriormente tambien realizador de títulos interesantes como “Kramer contra Kramer”), Arthur Penn crea una rotunda obra maestra. La habilidad de Penn a la hora de manejar a sus personajes en su debido momento es sobrecogedora y demuestra su increíble capacidad narrativa para ocupar sin altibajos las casi dos horas que dura el filme a pesar de lo escaso de su historia. Penn usa aquí un estilo más propio del cine europeo que del norteamericano de aquella época con secuencias de una delicadísima intensidad y una fotografía realmente soberbia (esta última galardonada con un Oscar). Francamente es una grata sorpresa el ver como este habilidoso director es capaz de filmar una escena de amor entre Bonnie & Clyde con la misma habilidad y maestría que un atraco a uno (de los muchos) bancos es robado por la pareja. Y todo ello aderezado con un toque tan personal como innovador.




La pareja protagonista, tanto Dunaway en el papel de Bonnie y Beatty en el papel de Clyde, es maravillosa y no se me ocurriría alguna otra pareja de aquel entonces para encarnar a dichos personajes. Parece como si ambos personajes hubieran sido escritos para ellos. Tambien es digno de mención el trabajo de Gene Hackman que, aunque escaso en metraje, es muy de agradecer respecto a interpretación. Mención aparte el personaje de la histérica cuñada de Clyde, encarnado por una Estelle Parsons que fue premiada en los Oscars de aquel año como mejor actriz secundaria.

La sensación de encontrarnos ante un Romeo y una Julieta incomprendidos por el mundo que les rodea, revelandos finalmente contra el propio sistema que les limita es simplemente maravillosa, siendo la base de una historia con mucha fuerza que mezcla violencia, humor (propiciado por una sorprendente aparición de ¡Gene Wilder!) y una cierta cantidad de erotismo y dramatismo.

En su desarrollo vamos viendo (como si de una especie de Road-Movie se tratara) como estos dos rebeldes se organizan poco a poco y como a medida que va pasando el tiempo, su relación se va estableciendo más y más. Penn introduce muchas secuencias de robos y asaltos, pero lo hace con sabiduría, sabiendo que despues de estas escenas, es necesario profundizar en la personalidad e indagar en los intereses de cada personaje, salvando esta película del genero de acción y transportándola a un género que va mucho más allá: el melodramático. Además se sirve del contexto de la película (Estados Unidos, años 30) para hacer una auténtica recreación de como era el país por aquel entonces.




Cualquier halago es poco, “Bonnie & Clyde” supone en mi opinión una de las mayores joyas que ha propiciado el cine americano en los últimos 50 años y una de las obras cumbres del cine gansteril (al que tanto amo), a la altura de títulos tan descatables como “Scarface”, “El Padrino” (ya posterior a esta película) o “Uno de los Nuestros” (como pueden comprobar, auténticas palabras mayores de este tipo de cine). Sin duda alguna esta película no envejece con el paso del tiempo y se mantiene fresca e impactante como en el primer día, lo que propiciará que posteriores generaciones podrán verla sin reparos y sin que les importe mucho el hecho de que estén viendo una película “carca” (así podrían descubrir que el cine va mucho más allá de películas como “A todo Gas”, “American Pie” y todas sus respectivas secuelas). Una auténtica obra maestra que eleva al cine a la categoría de arte en estado puro.

Juan Francisco Fernández

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