• Por AlohaCriticón


Dirección: John Curran.
Intérpretes: Naomi Watts, Edward Norton, Liev Schreiber, Diana Rigg.


Londres, segunda década del siglo veinte. Walter Fane (Edward Norton), bacteriólogo de profesión, cae rendido a los pies de Kitty (Naomi Watts), una de las hijas de una acomodada familia inglesa. Por aquel entonces, algunos matrimonios seguían siendo arreglos sociales y el de Kitty y Walter iba a continuar por los mismos derroteros. A los dos años de la unión, la pareja se traslada a Shangai, a donde es destinado Walter; y el ambiente y lo artificioso de la relación crearán los primeros problemas conyugales.

Ciertamente, aunque a Mister John Curran, director de “El velo pintado”, no se le conozca una carrera llamativa, basta que dos actores solventes se hayan juntado e involucrado crematísticamente en el proyecto, para que el producto final sea de una factura encomiable y el nombre de Curran resulte beneficiado de la operación.

Pero no sólo la culpa habría que atribuírsela a los que aparecen en los fotogramas, también el origen del que se parte, Somerset Maugham, uno de los autores literarios más adaptados al celuloide, es corresponsable de este bello melodrama rodado en unos espectaculares exteriores.

De Maugham se han tomado prestadas, entre otras, “La servidumbre humana” para llevarla a la gran pantalla en tres ocasiones; o bien, “Lluvia”trasladada otras tantas veces.

“El velo pintado” supone la tercera versión cinematográfica, después de una primera de lucimiento para Greta Garbo en 1934; y una segunda dirigida en 1957 por Ronald Neame, y que pasó sin pena ni gloria.

La adaptación, esta vez, es obra de Ron Nyswaner (al menos así aparece en los títulos de crédito, aunque seguramente la mano del mismo Edward Norton haya participado en la elaboración del guión), y está perfectamente amoldada acústicamente gracias al trabajo de Alexandre Desplat y, sobre todo, al piano ante el que se sienta Lang Lang para interpretar una famosa composición de Satie que acompaña a la acción, “Gnossienne nº 1”.

Hay que reconocer que el músico francés suele garantizar un resultado brillante cuando sus partituras son incorporadas a las bandas sonoras, especialmente si las cintas son de índole romántico, tal y como pasara en “A la luz del fuego” (1997).

Alberto Alcázar


“Memorias de China” que nos acerca a una emocionante historia fechada en los años veinte. En ella, Somerset Maugham recurre a su fijación incondicional por los amores no correspondidos y el castigo inexorable que sobreviene a las conductas reprobables. Una película de alta calidad técnica y artística. Un tributo al romanticismo dentro de un título imprescindible.

EL VELO PINTADO

Pero, ¡qué poquita seriedad!. Se les descalabra la película en taquilla y los productores americanos lo achacan al montaje de los chinos. ¿Por qué no culpar directamente al público estadounidense?. Es posible que mientras otros sólo reparamos en una desgarradora historia de amor, ellos se sientan aludidos ante el clamor popular que se suma al grito unánime de: ¡A vuestra casa, cerdos imperialistas!.

Mejor aún, ¿por qué no acusar a Norton, único artífice de la dimensión política que adquiere la trama?. En el cine de los últimos tiempos es peligroso mostrar “las invasiones bárbaras”. Sólo hay que fijarse en Los Fantasmas de Goya, en sus problemas para encontrar distribuidora.

Hasta se podrían cargar las tintas contra la sinopsis que ofrece la propia productora, el trailer que la comercializa y la etiqueta de “cine romántico de época”, que la condenan al culebrón tedioso que no es. Afortunadamente, nada tiene que ver con las soporíferas obras del soporífero James Ivory.

Como no tienen sentido los reproches que llegan a destiempo, –la mítica Cleopatra de Mankiewicz fracasó estrepitosamente sin que participaran los chinos en la coproducción-, correremos un tupido velo pintado y analizaremos los aspectos que la convierten, pese a todo, en un título imprescindible.

En primer lugar, se cuenta con una interesante materia prima, la novela de W. Somerset Maugham. Este autor ha sido llevado al cine en veinticuatro ocasiones, siendo, quizás, Servidumbre Humana su obra más significativa. La misma que John Cromwell convirtió en obra maestra bajo el título de Cautivo del Deseo, al tiempo que descubría a Bette Davis como “la mala” del séptimo arte.

En papel, El Velo Pintado es una radiografía de sentimientos que disecciona a la perfección los verdaderos motivos que alimentan y conservan el amor.

En segundo lugar, se consiguen salvar todos los obstáculos que provienen de la adaptación de un relato obsoleto, hasta convertirlo en un elaboradísimo guión de estructura impecable, que cuenta, además, con un notable y selecto ritmo narrativo. En este sentido, se trabaja al estilo de los mejores guionistas clásicos, aquéllos que escribían, revisaban, supervisaban y reescribían sin descanso. De esta manera, sobre un material del guionista de Philadelphia, interviene otro excelente escritor que, sistemáticamente, se niega a figura como tal en los títulos de crédito. Su misión es la de ampliar los espacios escénicos y romper con el hermetismo emocional de la historia inicial para gloria de la película, alejándola de contemplaciones azucaradas que conducen al más cargante de los aburrimientos. El mérito indiscutible es de Edward Norton.

El tercer pilar fundamental lo hallamos en los diálogos, tan inteligentes como atrayentes, perfectamente construidos, una vez más, al más puro estilo de los clásicos. Sólo los autores de las décadas 40-50 eran capaces de mantener la atención del espectador en largas escenas –a veces, películas enteras- que se desarrollaban sin grandes acontecimientos, tan sólo con dos personajes recluidos en algún lugar claustrofóbico. Los responsables de esta cinta no se recrean en ese tipo de situaciones, pero saben salir airosos cuando las plantean.

Siguiendo con las grandes producciones clásicas, se requiere la presencia de dos grandes estrellas. Mientras que Norton- actor realiza una interpretación discreta, Naomi está sublime. Ella demostró su mejor registro dramático en 21 gramos, hipnotizó en The Ring y convenció al vestir las ropas de principios del siglo XX –de la talla 34- en King Kong. Sin duda alguna, la mejor actriz de las últimas generaciones para encarnar a la heroína romántica a la que dieran vida Greta Garbo y Eleanor Parker.

Ambos se encuentran arropados por un acertado elenco de secundarios, del que sobresale Liev Schreiber.

El quinto elemento atractivo se extrae de una correcta dirección que eleva los diversos aspectos técnicos a la categoría de personajes. Gracias a algunos planos del realizador, el espectador experimentará la necesidad de viajar a Mei-Tan-Fu, incluso con cólera. Por su parte, la fotografía de Dryburgh incorpora, en todo momento, la amenaza del río contaminado. Sin olvidar la envolvente banda sonora de Alexandre Desplat, el evocador piano, o la inclusión de esa hermosa canción: “Il y a longtemps que je t’aime…”, que enmarca las escenas culminantes del filme. El punto en el que los nostálgicos recordaremos el final de aquella “Yo tenía una granja en África”.

Puede que “China no sea lugar para una mujer”, pero es seguro que ésta es una de esas historias que se revitalizan con el paso de los años. Entonces, su fracaso en la taquilla americana sólo será el dato anecdótico que suele rodear a las grandes obras del cine.

Marta Soria

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