• Por Antonio Méndez

poseidon posterDirección: Wolfgang Petersen.
Intérpretes: Josh Lucas, Kurt Russell, Richard Dreyfuls, Emmy Rossum.

Película basada en una novela de Paul Gallico (“La Aventura Del Poseidón”, Editorial Plaza & Janés), llevada al cine y a la televisión previamente en diferentes ocasiones. Con guión de Mark Protosevich (“La Celda”).

Sinopsis

Los tripulantes de Poseidón, lujoso crucero capitaneado por Michael Bradford (Andre Braugher), intentarán sobrevivir al naufragio de un barco que ha sufrido el poderoso embite de una enorme ola el mismo día que se celebraba la fiesta de fin de año.

Crítica




Un director acostumbrado a sumergirse en medios acuosos como Wolfgang Petersen (recordemos “El Submarino” o “La Tormenta Perfecta”) era la persona adecuada para filmar una nueva versión de la novela de Paul Gallico, libro que en los años 70… época “guerrafriera”, con conflictos en Vietnam, Camboya, etc. y múltiples obras artísticas centradas en pesimistas distopías futuras… dio lugar a un conocido film de desastres (muy típico de una época convulsa) proyectado por el especialista en este tipo de productos: Irwin Allen.

poseidon-foto-criticaLa película, además de servir como escapismo puntual y lucir los efectos especiales de la época (mucho más precarios y menos rimbombantes que ahora, también menos estridentes y artificiosos), intentaba conceder a la historia, atmósfera y personajes la entidad suficiente como para que el público sintiese la desazón por la superviviencia y se involucrase en la tensa odisea oceánica.
Incluso en el desequilibrado encuentro entre seres humanos y su bienestar material con la implacable fuerza natural se podría mostrar cierto comentario alegórico.


poseidonEn los tiempos que corren parece que lo único que importa es presumir de presupuesto y efectismos. Los personajes importan menos que un pimiento morrón y se estereotipan sin rubor alguno por su guionista, la historia no tiene demasiado sentido, el contexto situacional prácticamente se pasa por alto, la atmósfera se limita a explotar situaciones concatenadas colmadas de ruido, y las alegorías quedan para momentos más pretenciosos.

Es una mera exhibición de situaciones de acción descerebrada narradas con una celeridad que impide conscientemente otorgar tiempo para lustrar las sinapsis en términos dramáticos y desarrollo de personajes, algo que realmente no importa a sus hacedores, preocupados en no perder el tiempo en bla-blas trascendentales.
¿Esto es negativo? No demasiado si se adopta la postura de voyeur de videojuego cinematográfico que nos lleve a aparcar las neuronas y contemplar el ascenso de nivel hasta que el “Game Over” de su conclusión nos aleje de un espectáculo claustrofóbico de heterogéneo reparto, tan mojado como vacío e histriónico.

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Era insumergible y, de haber existido, se habría dicho de él que ni el mismísimo Dios podía hundirlo. Con la altura de un edificio de más de veinte pisos, ochocientos camarotes y trece cubiertas para pasajeros, el Poseidón surca desafiante las aguas del Atlántico Norte. Majestuosidad y Fastuosidad indestructibles. Pero las fuerzas de la naturaleza se obstinan, a veces, en abofetear la vanidad humana.

El resto de esta historia se plasmará en una colosal producción, que aunará, con indiscutible maestría, la tecnología actual y la artesanía propia del cine de los años cuarenta.

No podía ser de otra manera. Era sólo cuestión de tiempo que Wolfgang Petersen se dejara seducir por el Poseidón, el transatlántico más lujoso de todos los tiempos, al que una enorme ola daba la vuelta en una noche de fin de año. Un hecho real que viviría en 1.995 el buque Queen Mary II, en el que, posteriormente, viajarían los responsables de esta película para recrear su historia.




Pero el Queen Mary no cubría las expectativas del realizador alemán, no se ajustaba a la concepción que él tenía del Poseidón. Por ello, la Warner habilitó cinco gigantescos estudios para darle vida. Uno de ellos, el legendario estudio 16, en el que se filmó El Viejo y el Mar y Una tormenta Perfecta, se ampliaba para convertirse en el salón de baile, en el que comienza la tragedia,…. al revés. Y es que uno de los mayores desafíos para el equipo técnico de esta producción titánica fue pensar al revés, construir al revés y hacer que todo funcionara de esa manera.

John Seale (cinematógrafo de El Paciente Inglés), el supervisor de efectos especiales John Frazier y el diseñador de producción Sandell, entre otros grandes de la fábrica de sueños del cine actual, son los culpables directos del antes y el después del Poseidón. De la grandiosidad dando paso a los parajes más claustrofóbicos y adversos que pueda imaginar el ser humano.

Para conseguir algunas escenas, -en teoría, imposibles de rodar-, no dudaron en utilizar los más complejos y sofisticados sistemas informáticos, que alternaron con un proceso de rodaje artesanal, a la antigua usanza, como no se había realizado desde los años cuarenta. De esta manera, en el inicio de la película, se produce una toma de dos minutos y medio en la que lo único real es el actor J. Lucas corriendo por unas cubiertas inexistentes. También es fruto del mundo virtual el impacto de la enorme ola de cincuenta metros contra el buque. Pero, por otra parte, los estudios de la Warner son testigos físicos del lanzamiento de medio millón de litros de agua, que romperán -de verdad- los cristales del lujoso salón de baile, y rodarán sin control hasta un sistema múltiple de cámaras, que crearán la ilusión óptica de que el agua entra por todos los costados del barco. Para evitar un riesgo evidente en este tipo de secuencias: que el agua arruinara las cámaras, éstas tuvieron que ser precintadas dentro de cajas herméticas. También hubo ocasiones en las que se accionaron por control remoto, para acceder a lugares en los que sólo podían estar los actores, como fue el caso de los conductos de aire acondicionado.




En definitiva, un rodaje peligroso al que no fueron ajenos los actores, que tendrían que ser entrenados durante meses por expertos buceadores y sustituidos por clones visuales en momentos en los que podían fallar todos los sistemas de seguridad. Un rodaje en el que el director conseguía que los actores olvidaran la sensación de vértigo (se les colgaba de arneses a diecisiete metros de altura) con música clásica.

Al margen de las cuestiones técnicas (que, según las malas lenguas, dejan al Titanic de James Cameron a la altura de la barca de Chanquete) y que han creado un hito en la Historia del Cine, en cuanto a efectos de iluminación se refiere; Petersen quiso centrarse en las diversas reacciones humanas ante este tipo de descomunales catástrofes. Con esta película, el director germano (seguidor del cine de John Ford) completaba una trilogía, que inició con Das Boot en 1.981 y continuaba con Una tormenta Perfecta, interpretada por George Clooney. Pero, a diferencia de las anteriores, los personajes de esta historia no están preparados para sobrevivir en el mar, sólo son pasajeros disfrutando de sus vacaciones, obligados a emprender una huída en vertical al ser atacados por elementos letales, como el agua o el fuego.

Importante es saber que la historia de Petersen no es un remake de La Aventura del Poseidón de 1.972. Ambas parten del mismo punto, pero esta última inicia un relato totalmente diferente, con personajes contemporáneos. Es decir, que los nostálgicos echarán de menos el árbol de Navidad por el que trepan los supervivientes de la historia anterior, y a la bondadosa ganadora olímpica que expone su vida para salvar la de sus improvisados acompañantes.

Una versión diferente en la que los guionistas, sin embargo, siguen apostando por la vieja fórmula de “desaparición progresiva de los personajes”, basada, posiblemente, en una canción infantil inglesa. “Diez negritos salieron a pescar, uno se ahogó y nueve han de quedar. Nueve negritos se fueron a pasear, uno se perdió y ocho quedarán…”, que hacen que el espectador se pregunte, en todo momento, cómo abandonará el siguiente negrito el mundo de los vivos, o cuántos conseguirán llegar a la superficie; incluso en pensar que esto puede ser otra tormenta perfecta.




Dentro del reparto, nos encontramos con viejas glorias, provenientes del universo de los eternos secundarios, frente a una joven promesa de diez años; una actriz de tercera, que todavía cree estar en la ópera con el fantasma, y un Josh Lucas que iba para Paul Newman del siglo XXI, pero ya se perfila como el peor actor de todos los tiempos. Por lo menos, tan previsible como el final de todo barco engullido por el mar, en el que lo último que se sumerge es el nombre del mismo: “Titanic, Liverpool”, y en este caso, POSEIDÓN.

Marta Soria

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