• Por AlohaCriticón

follameDirección: Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi.
Intérpretes: Raffaela Anderson, Karen Bach, Lisa Marshall, Delphine MacCarthy.


Manu (Raffaela Anderson) y Nadine (Karen Bach) son dos mujeres marcadas por un pasado violento quienes tras su encuentro convierten su vida en común en una existencia nihilista y un desenfreno de sexo y muerte que tiene como objetivo la aniquilación de los hombres con los que mantienen relaciones amorosas.



Establecer una frontera clara y definida entre lo que es pornografía y lo que no lo es, siempre ha sido una cuestión difícil y en la que se han estrellado -bien por exceso, bien por defecto- muchos cineastas afanados por la plasmación en la pantalla de sexo explícito sin que por ello sus películas se vieran confinadas a los circuitos de difusión (no sólo física, o comercial, sino también de consideración crítica) del que todos conocemos como cine X.

En ese sentido, ”Fóllame”, la ópera prima de Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi, no deja de ser un jalón más en ese largo camino al que, si algún mérito específico cabe reconocerle, es el de haber situado ese punto fronterizo bastantes millas más allá de dónde lo hubiera podido dejar su precedente más inmediato.

En lo que respecta a consideraciones más estrictamente fílmicas -es decir, obviando las posibles observaciones acerca de sus componentes pornográficos, que no dejan de ser pura anécdota, o piedra de toque escandalosa, si se quiere, como señuelo para atraer a cierto tipo de espectador incauto-, “Fóllame” se configura como una suerte de thriller de carretera, que pretende reflejar una especie de vacío existencial de sus personajes que sólo puede ser llenado a través de dos vías exclusivas y complementarias: violencia y sexo, sexo y violencia.

Tras una introducción en la que se nos refleja, a través de una serie de apuntes mínimos y un tanto desestructurados, un mundo sórdido y repleto de esos mismos elementos -sexo y violencia (en ocasiones, incluso unidos en una misma situación: es el caso de la violación con la que se nos presenta el personaje de Manu)- que posteriormente configurarán el itinerario existencial de las dos protagonistas (y que podría recordarnos, en algún momento, al mundo que se refleja en las películas de Larry Clark, si bien, en este caso, hemos dado un salto de edad, ya que estamos algo más allá de esa adolescencia turbia y mórbida que el director norteamericano ha convertido en territorio de sus tramas), la trama central de la película arranca a tráves de unos hechos episódicos que ponen en contacto casual a los dos personajes centrales, Manu y Nadine, dos mujeres que se dedican profesionalmente al sexo (la una es actriz pornográfica; la otra, prostituta), y que, una vez abierta la espita de la muerte violenta, se dejarán deslizar por esa pendiente, en un camino sin retorno y salpicado, de manera constante, de sangre y flujos genitales, en una auténtica ensalada cuyos únicos aliños son la droga y el alcohol que llevan a ambas a un estado permanente de irreflexión absoluta.


A tanto desenfreno orgiástico y tanático ponen servicio unas imágenes que huyen de la estridencia, para adaptarse a un ritmo más o menos convencional -salvo en pasajes puntuales, en que los movimientos de cámara, o la secuencia de montaje, se alteran a base de un ritmo más acelerado-; es a la música a la que se reserva el papel de catalizador y elemento de ambientación más acorde con la historia que vemos reflejada en la pantalla.

En este aspecto, el film no deja de explotar una tendencia que se viene manifestando en el cine más reciente con cierta profusión, y que es el de conferir a su score un papel más preponderante que el que debería corresponderle como mero auxiliar de ambientación, para convertirlo en auténtico leit-motiv de la composición general.

Y son ésas, y no otras, las coordenadas en que se mueve la historia de estas “Thelma y Louise sin freno de mano”: Manu y Nadine vendrían a ser el trasunto deshinibido de las heroínas de la road-movie de Ridley Scott -o imagínemos que, en lugar de a Susan Sarandon y Geena Davis, tuviéramos al mando del viejo Cadillac a dos megaestrellas de las factorías Vivid o Serena (no hay que olvidar que las dos protagonistas de “Fóllame”, Karen Bach y Raffaëlla Anderson, se tratan de dos actrices porno), con sus escasas neuronas machacadas por una mezcla explosiva de polvo blanco y bourbon barato: la resultante andaría mucho más cerca de los Mickey y Mallory de Natural born killers (Oliver Stone, 1994) que de la blandita y bienintencionada mala uva (valga la contradicción) de las dos americanitas medias en una travesura que se les va de las manos…-; y, como éstas, su final no puede ser más que un final trágico (no hay retorno para un camino tan al borde del precipicio, aunque la resolución de la trama pueda dar que pensar, al menos para alguno de los personajes, que sí hay alguna vía de salida).



”Fóllame” no es una gran película, y no va a pasar la historia como tal; y aun habiéndose paseado por varios festivales de segundo orden (Gijón, Locarno y Estocolmo) con más escándalo que gloria, está incluso por ver si permitirá a sus autoras una segunda oportunidad, que, hasta la fecha, no ha llegado -y complicado será que, a la vista de ésta, algún productor esté por la labor de jugarse los cuartos en experimentos de este jaez, siempre de tan inciertos resultados-.

Pero de lo que caben pocas dudas es de cuán complicado se lo ha puesto a todo aquel, o aquella, que pretenda manifestar un talante abiertamente transgresor en materia sexual plasmado sobre la pantalla: es muy difícil ir más allá sin que al producto se le coloque, sin mayores contemplaciones, la calificación de hard-core.

Y ya hubo alguna que otra película que, con méritos similares, o menores si cabe, figura con letras de molde en los anaqueles de la historia de la cinematografía.
Tiempo, pues, al tiempo…

Manuel Márquez

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