Dirección: Michael Mann.
Intérpretes: Johnny Depp, Christian Bale, Marion Cotillard, Billy Crudup.
Película basada en un libro de Bryan Burrough.
Con guión de Ronan Bennett (“Lucky Break”, “Un Gesto Más”), Ann Biderman (“Las Dos Caras De La Verdad”, “Smila: Misterio En La Nieve”) y Michael Mann (“Corrupción En Miami”, “Alí”).
Sinopsis
Años 30, época de la Gran Depresión.
J. Edgar Hoover (Billy Crudup), el director del FBI, pretende atrapar con sus hombres a los criminales más buscados de los Estados Unidos.
Uno de ellos es Johnny Dillinger (Johnny Depp), gángster que intentará ser detenido por uno de los mejores agentes de Hoover, Melvin Purvis (Christian Bale).
Crítica
Película de gángsters dirigida por Michael Mann, quien como en otras ocasiones previas (Pacino–De Niro, Cruise–Foxx, Pacino-Crowe…) confronta a dos carismáticos actores-personajes (Depp–Bale) en torno a una trama con posibilidades intensas que se quedan en plúmbeas.
Las actitudes mafiosas en los años 30, época de la Gran Depresión propicia al crimen, han dado al cine momentos de gloria (véanse múltiples ejemplos en el propio período con James Cagney, Bogart, Edward G. Robinson o Paul Muni en la Warner), que Mann en un apreciable ejercicio cinéfilo tributa en la parte final de la película cuando establece un paralelismo entre el destino de Johnny Depp con lo sucedido en la correctita “El Enemigo Público Número 1 (Manhattan Melodrama)”, cinta Metro de Van Dyke con el protagonismo de William Powell, Myrna Loy y Clark Gable.
Si quiere basar su historia en un estudio de un criminal, la blandenguería y superficialidad de personajes y contexto, además de su regodeo estético, anula gran parte del interés sobre el mismo sin mérito en sus comentarios sociales, conflictos morales, luchas de poder o variantes sobre relaciones románticas y amistosas.
Si pretende centrar la historia en un juego de gato y ratón entre Christian Bale y Johnny Depp, la trama fracasa por el bajo ímpetu más allá de algún tiroteo bien filmado y la falta de simbiosis entre el personaje cinematográfico y el personaje real central (Depp es Depp, no es Dillinger) y la insensible intervención de Bale.
Como suele suceder con Mann, asienta la narración cinematográfica en el esteticismo y la recarga de estilo, distrayendo como si fuese un cineasta amateur con su trabajo de cámara, y más cuando los diálogos son pobres y los personajes vacíos.
Eso sí, la película, repetitiva, excesivamente larga, con un reparto desaprovechado, con no pocos tópicos del género y concluida con una nota sentimental, sirve para que Depp redunde sus personajes de antihéroe, en esta ocasión con bastante menos trascendencia y singularidad que su pirata caribeño Jack Sparrow.
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