• Por Antonio Méndez

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“El Viejo y El Mar” es uno de los títulos más conocidos del novelista estadounidense Ernest Hemingway, miembro prominente de la llamada Generación Perdida que escribió este texto en Cuba en los inicios de la década de los 50, concretamente se publicó en el año 1952.

Es una novela corta, psicológica-filosófica, con influencias de Herman Melville.
Expuesta con tanta ternura como lirismo en un proceso veraz de pesca obsesiva y enfoque agridulce, aborda en una trama aparentemente simple, pero compleja en sus propósitos temáticos, asuntos como la superación personal, la dignidad, la determinación de objetivos, el éxito o el fracaso, o la lucha del hombre con la naturaleza, creándose una relación especial personal, de amistad y respeto, entre el solitario y anciano pescador y el joven discípulo Manolín; y otra relación, también clave en la obra, entre el pescador en Cuba de origen español y el marlín que pesca.

Cuenta la historia del viejo pescador Santiago que, harto de no atrapar ningún ejemplar durante ochenta y cuatro días, se propone no regresar a tierra hasta que capture una pieza. Cuando así lo hace, pescando un marlín, y ante la imposibilidad de introducirlo en su pequeña barca por su gran tamaño, mantiene al pez agarrado a su caña, siendo devorado poco a poco por los tiburones.

La novela, ambientada principalmente en el mar, fue llevada al cine en una digna adaptación por John Sturges con el protagonismo de Spencer Tracy.




Leamos un fragmento del libro:

Era un viejo que pescaba solo en un bote en la corriente del Golfo y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez. En los primeros cuarenta días había tenido consigo a un muchacho. Pero después de cuarenta días sin haber pescado los padres del muchacho le habían dicho que el viejo estaba definitiva y rematadamente salado, lo cual era la peor forma de la mala suerte, y por orden de sus padres el muchacho había salido en otro bote que cogió tres buenos peces la primera semana. Entristecía al muchacho ver al viejo regresar todos los días con su bote vacío, y siempre bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La vela estaba remendada con sacos de harina y, arrollada, parecía una bandera en permanente derrota.
El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior del cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer de la piel que el sol produce con sus reflejos en el mar tropical estaban en sus mejillas. Esas pecas corrían por los lados de su cara hasta bastante abajo y sus manos tenían las hondas cicatrices que causa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes peces.
Pero ninguna de estas cicatrices era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un árido desierto.
Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos…………

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