Crítica
Este libro, publicado en el año 1969, fue la tercera novela de Mario Vargas Llosa y una de sus propuestas narrativas más ambiciosas.
Ambientada en la dictadura de Manuel Odría en el Perú de la primera mitad de los años 50, la historia tiene como centro la conversación entre Santiago Zavala, Zavalita, periodista de clase burguesa con ideales de cambio, y Ambrosio, el ex chófer de su padre, en “La Catedral”, un bar marginal de un barrio limeño.
El libro tiene como objetivo manifestar la desazón y la apatía de un pueblo sometido a un poder autoritario y arbitrario, tanto derivado de un gobierno manifiestamente dictatorial (el caso de la novela) como de uno presuntamente democrático disfrazado en una oligarquía de partidos políticos en permanente statu quo.
Tales arbitrios gubernamentales se distancian de los problemas reales del pueblo soberano, lo que provoca el alejamiento antidemocrático entre representantes y representados y la instauración de un nuevo orden por parte de una élite corrupta que busca intereses propios más que comunes y que, sibilinamente, anula al individuo integrándolo en una masa abigarrada y amorfa revestida de buenismos de opereta y grandilocuentes frases sobre derechos y libertades ya inherentes al ser humano por el propio hecho de serlo.
Para mostrar un rico y vivo mosaico social, Vargas Llosa crea una estructura compleja con diálogos superpuestos de muy dispares personajes y fragmentación en su exposición espacio-temporal.
Es la crónica de un fracaso personal y colectivo, de un aislamiento obligado en una sociedad en crisis que no siente como propios a sus representantes políticos, de una desilusión sobre ideologías de distintos signos convertidas en demagogias y posiciones sectarias, es un drama psicológico con eje en perdedores.
Aunque es un libro muy recomendable, la pluralidad de voces en existencias paralelas que confluyen al mismo tiempo y la experimentación cronológica puede resultar un tanto cansina para los lectores ubicados en la simpleza del best-seller.