Las Aventuras de Jack Tabarde
Óscar Lobo Antequera

-Cuéntenoslo todo, Jack. Es un hombre mayor quien me habla. Enfoco la vista y solo veo formas borrosas. Por el sonido de su voz cascada deduzco que debe ser el jefe de la expedición; el Dr. Harold Ostrom. El cansancio lucha por dejarme inconsciente. Me resisto. Hay algo que quiero contarles. Todos quieren saberlo. El equipo al completo está aquí. No les preocupa que tenga las tripas del revés y los pantalones manchados. Eso es secundario. Ahora mismo al equipo de viajes temporales de Black Twin solo le interesa una cosa; ¿Por qué se extinguieron los dinosaurios? Ya que nadie me ofrece un poco de agua calmo la sed con la de mi cantimplora. Viajar en el tiempo es extenuante, provoca hambre y sed. Necesitaré dormir tres días seguidos para recuperarme del todo.

Respiro hondo, como si me asfixiase y quisiese resucitar con cada nueva bocanada de aire. Veo su envidia. Yo fui el elegido para viajar a la Tierra cuando aún no era Tierra a través de sesenta y cinco millones de años de historia. Los pies que contemplan han hoyado el periodo cretácico. Es mi nariz la que ha olido los aromas de las hayas, los robles y los sicomoros más antiguos del planeta. También me odian. Esperan que lo que les cuente sea algo bueno. Algo jodidamente bueno. Porque muchos han invertido parte de su vida, sus estudios y su dinero en este proyecto. Para la mayoría conocer la Respuesta es su único sentido en la vida. El equipo me observa como un jurado a punto de cantar un veredicto. Son como autómatas. Se despiertan, trabajan y duermen para el proyecto, para desvelar la Repuesta. No se dan cuenta de que, en su afán, están jugando a ser Dios. Mi padre solía decir que mirar hacia atrás solo sirve para golpearte las narices con la farola de más adelante. Ellos no lo entienden así. Quieren basar su presente y su futuro en algo que ocurrió hace millones de años. Entonces fue relevante. Ahora… no lo es. Pero les tengo ahí, acechando como una manada de lobos que quieren que el pedazo de carne que consigan sea suculento. Y que les sacie.

Empiezo a narrar. Mi historia no puede ser muy larga, estoy a punto de caerme agotado sobre el suelo metálico de la instalación.
Mi primera palabra es un quejido. Luego, arranco de verdad, igual que el motor de mi viejo Buick.

-Tras el salto no dejé que la emoción me embargase. Seguí el protocolo. Cuando uno viaja en el tiempo ha de tener en cuenta el protocolo. Fui fiel a él. Ignoré la exuberante mata verde que había a mi alrededor y verifiqué el ordenador del traje. Estaba en perfecto estado. Mis constantes vitales también, a pesar de tener el pulso acelerado. Y el dolor de cabeza. Uff, eso no lo detecta el traje. El aire; respirable, buen porcentaje de oxígeno. Aún así no me quito la escafandra protectora. La temperatura; alta pero tolerable. Los demás parámetros estaban dentro de los límites así que me preparé para asimilar todo lo que vi.

Lo que vi era un mundo fantástico, enorme. Con acebos y sauces del tamaño de rascacielos. Un cielo puro, azul, en el que volaban Pteranodons como si ese fuese su reino. Y así debía ser. Vi también unos pequeños mamíferos que no supe identificar y un saurio grande agitando los árboles. No me moví y lo dejé pasar. No por pánico sino por el éxtasis que sentía. Bajé los niveles del filtro de la escafandra para poder aspirar el aroma de la zona. Lo sé, fue una insensatez. Mereció la pena. El olor es… tan bruto, tan auténtico.

Pronto empecé a notar que algo iba mal. Si bien el final del Cretácico se parecía bastante a la documentación que he estado estudiando durante los últimos meses, algo lo había afectado. Todo se había vuelto loco. He de decir aquí que el equipo de tasación temporal de la Expedición ha hecho un trabajo perfecto calculando el momento exacto en el que los dinosaurios dejaron de pisar nuestro mundo. Llegué allí apenas unos minutos antes de que todo se fuese al infierno.

Era horrible. El mundo primitivo se estaba escapando ante mis ojos por un enorme agujero negro en el cielo. Exhalaba rayos de energía azul y absorbía seres y rocas como una gran aspiradora gigante. Las plantas, agarradas a la tierra y los pequeños mamíferos entre sus raíces, se resistían a ser succionados. Y me consta que esa tenacidad de las jóvenes especies es a la que debemos dar gracias por estar hoy aquí. Podía ver los fastuosos Pteranodons siendo arrastrados por corrientes invisibles, entre nubes y pedazos de tierra, incluso agua, hacia la nada más negra que he contemplado jamás. Y no eran los únicos. Enorme lagartos como el Iguanodon, el Stegoceras o un Tarbosauros bastante crecidito también eran arrastrados hacia el centro de aquel ojo negro. No eran más que fichas arrojadas al aire. La magnitud de esos seres me dejó helado. El solo hecho de poder verlos, de poder admirar a la madre naturaleza me dejaba pasmado. El ver cómo desaparecían, cómo se desintegraban en ese pozo de oscuridad, llenaba de pavor mi alma mortal y me hacía preguntarme ¿Por qué vivir? Era como si todo el mundo se estuviese yendo por el sumidero.

Bajé la vista, compungido, y lo vi. Más adelante. Entre un grupo de hayas que se marchitaban sólo para volver a crecer fuertes y verdes otra vez. En medio de una zona cambiante, donde el barro adquiría el cariz de mil y una pisadas diferentes y, a veces, dejaba de ser barro para ser solo polvo o hierba. En ocasiones se veía el perfil de algún dinosaurio pero desaparecía al momento, como un fantasma de una mala película. Sé que nuestro equipo tiene un nombre técnico para esta anomalía en la que el tiempo diverge hacia delante y hacia atrás sin sentido ni lógica alguna. Yo lo llamo caos temporal. En medio de aquel caos estaba él.

Contienen el aliento. No pueden esperar a saber más. Billy, de gafas de pasta, que solo levanta la vista del ordenador cuando se trata de dinosaurios o de las tetas de la chica del reparto de comida, está al borde de la excitación.
-¿Ver a quién?
-Al otro viajero -todos quedan pálidos.-No pude verle bien. Su traje era similar al mío. El mismo modelo diría. Sólo que estaba cubierto de barro. El nombre de su espalda estaba borroso por el mismo motivo aunque el emblema de Black Twin, el tornado, se veía perfectamente. Además vi que estaba roto. Su traje estaba desgarrado en el hombro derecho donde se apreciaba una herida profunda, sangrante. No hace caso. Debe dolerle como si le perforasen con una broca de metal. Lo ignora. Está trasteando con algo, a sus pies, que le mantiene arrodillado y en vilo.

Intento ver qué es lo que retiene su atención. Por eso no veo al Deinonychus abalanzarse sobre mí. Es como un pavo de ochenta kilos, solo que con dientes. Está asustado y me muerde en el hombro derecho. Las alertas de mi traje saltan y aunque logra administrarme calmantes para el dolor, noto los puntiagudos dientes del lagarto hincarse en mi piel, y si, es como sí te perforase una broca de metal.

Saco mi arma de corto alcance. El VIP-6 de cargas eléctricas. Sé que la teoría del Dr. Harold nos dice que si hacemos daño a un ser vivo de la época en la que viajamos, por pequeño sea, afectaremos de tal manera al futuro que, al volver, todo habrá cambiado. Por eso no nos deja llevar armas. ¿Por qué la llevaba yo? Me gusta más la teoría del Dr. Li. Si un ser va a desaparecer, qué más da que sea por mi culpa que por la de un meteorito. Su destino se cumple.

Disparo y me lo quito de encima. Varias de sus plumas revolotean por encima de mi cabeza. Me preparo para una segunda descarga cuando el Deinonychus sale volando, hacia atrás primero y luego hacia arriba. A su perdición. Decidido a descubrir que está sucediendo apunto al desconocido con el VIP-6.
-¡Alto ahí, amigo! -y el hombre se detiene. Es como si hubiese sufrido un shock. Levanta sus manos y se gira lentamente, como afectado por un mal recuerdo. Cuando me ve, empieza a desvanecerse. Se vuelve transparente y las líneas que confieren su imagen se distorsionan. Ya no está. Pero yo he comprendido.

Me lanzo en un estado de perturbación hacia la zona que he llamado caos temporal. No quiero ni pensar en las alteraciones y mutaciones que sufre mi cuerpo mientras estoy dentro. Llego a la zona donde estaba el primer viajero y contemplo con horror como el artefacto que manipulaba se ha hundido en un foso de brea. Yo también comienzo a hundirme. No es lo peor. En mi pelea con el Deinonychus una de sus garras debió rasgar la correa que sujetaba mi APC (Atemporal Personal Computer). Y cae en el foso de brea. En el mismo lugar donde se encontraba el otro artefacto.

Como sabrán el APC mantiene al viajero dentro de un espacio temporal que no es el suyo. De mi APC saltaban chispas y la brea no creo que le sentase mejor. Sufrió una sobrecarga. El mundo temblaba a mí alrededor. Nacían y morían cientos de especies mientras que, como telón de fondo, veía morir una era. Tengo la sensación de que vi dirigirse hacia el agujero, por segunda vez, al primer pteranodon que contemplé al llegar al periodo Cretácico.
Estaba llorando. Eran demasiadas emociones. Mi mente había borrado todo lo que había visto para concentrarse en una única labor; arreglar el APC. Me digo una y otra vez que tengo que hacerlo, que no solo mi vida depende de ello. Sino algo más importante. No me dejo descubrir que. En ese momento no. Reviento el cierre del lateral mientras intento, en vano, alzar el APC del pozo. Me hundo con él.

Investigo, miro y pruebo. ¿Dónde está el problema? Vamos. Piensa, piensa, piensa. Lo veo. Uno de los relés de contacto se ha saltado. Un simple C-2. Pienso que, después de todo, es mi día de suerte. Es un repuesto bastante común en los viajes. Y yo lo tengo. Pienso en echarle mano cuando oigo que alguien se dirige a mí. Me detengo. No sé porque, pero alzo las manos. A pesar de que no he entendido que me han dicho, sé que corro peligro. Peligro dentro del peligro. Es una locura.
Me giré. Contemplé a mi interlocutor. Quise desgarrar mi rostro y hacer explotar mis ojos. Lo que vi… cielos. El hombre que me había hablado… No pude… yo… intenté decirle algo. Algo que le sirviese de ayuda. ¿Entienden? Quise decirle “Es el C-2”, o “No te acerques a la brea”. No lo conseguí. Quedé paralizado por el shock. Es lo que me temía. Cuando reuní fuerzas para hablar me desvanecí en el tiempo. Y entonces aparecí aquí.

El jefe de la expedición me increpa.
-¿Qué viste, Jack?¿Quién era el primer viajero?¿Quién fue el último hombre que viste? -contengo la respiración, estacas en mis pulmones.
-El hombre que vi… antes y después… El primer viajero. Y el último. Eran la misma persona. Eran Jack Tobarde.-su rostro palidece. Cree que estoy loco, afectado por unas fiebres de origen prehistórico.
-Tú eres Jack Tobarde -afirma, como si eso tuviese algún sentido. El Dr. Harold Ostrom no quiere entenderlo, no lo acepta. Estoy demasiado rendido para intentar consolar a un puñado de altivos hipócritas. Esto es lo que querían, esto es lo que buscaban. La incógnita. Cruda y dura. Así que lo escupo, de forma clara, disfrutando ese amargo momento. Sé que la culpa no es solo mía.
-Fuimos nosotros, doctor. Nosotros extinguimos los dinosaurios. Ahora nosotros somos Dios. Y es un cargo solitario.