• Por AlohaCriticón

Dirección: Jean Becker.
Intérpretes: Daniel Auteuil, Jean-Pierre Darroussin, Fanny Cottençon, Alexia Barlier.


Una vez fallecidos sus padres, un pintor (Daniel Auteuil) afincado en París decide regresar a la casa de aquéllos, vivienda enclavada en el lugar donde pasó su infancia y juventud. La necesidad de adecentar el terreno que circunda la residencia, le hará contratar a un jardinero (Jean-Pierre Darrousin) con el que le une una antigua camaradería escolar.

“Conversaciones con mi jardinero”, adaptación cinematográfica de la novela de Henri Cueco, es otro interesante título a sumar en la carrera del parisino Jean Becker, hijo de su famoso padre.

Sin llegar a la altura artística del gran Jacques, pero sin desmerecer en absoluto sus distintos trabajos, Becker júnior ha heredado, sin duda alguna, cierto talento de su progenitor. El buen gusto en la narración sobria de una historia, es parte de esa huella genética que el ascendiente ha dejado marcada en la creatividad de su ya maduro chiquillo.

En “Conversaciones con mi jardinero” Becker vuelve al clima bucólico, pastoril y rural que ya exhibiera en “La fortuna de vivir” (1998), para plasmar en la pantalla el reencuentro, al cabo de los años, de dos compañeros de colegio de distinta extracción social que retoman casualmente una amistad cimentada en la común nobleza de ambos, a pesar de las dispares experiencias y profesiones de los protagonistas.

Encabezando el reparto, Daniel Auteuil y Jean-Pierre Darrousin, Pincel y Hortelano, respectivamente, simpáticos motes que se otorgan los personajes, se dan perfectamente la réplica, no teniendo cabida en ningún momento el tan manido y, poco acertado término de duelo interpretativo, ya que si algo se puede sacar en claro de las inmortales escenificaciones duales masculinas de la historia del cine (Olivier y Caine; Redford y Newman; o Matthau y Lemmon), es la supervivencia de los contendientes a través de la memoria cinéfila en la que queda la impronta del chispazo provocado por dichos encontronazos.

El preciosista “Concierto para clarinete” de Mozart pone el broche final a una cinta que, con un poco menos de ternura, hubiera ganado en altura.

Alberto Alcázar