EBRIO DE MUJERES Y PINTURA (2002)
Dirección: Im Kwon-Taek.
Intérpretes: Choi Min-Sik, Ahnn Sung-Kee Yu Ho-jeong, Kim Yeo-jim.
En la convulsa sociedad coreana de finales del siglo diecinueve, del mundo
del arte, en concreto la pintura, surge la figura excéntrica y a la vez genial
de Jang Seung-up. Un pintor de origen humilde pero que, a fuerza de
talento y perseverancia, se convierte en uno de los mayores artistas
orientales del período finisecular.
Buena química suele resultar cuando el cine, con ciertas dosis de buen
gusto, aborda el género pictórico, ya sea como relato de la vida de un
pintor (“El loco del pelo rojo” (1956)), o bien, a manera de ensayo de su
técnica (“El sol del membrillo” (1992)).
Por estas latitudes hemos estado salpicados, de forma regular, de biopics
de artistas occidentales (“Basquiat” (1996), “Pollock, la vida de un
creador” (2003), o “La joven de la perla” (2004)). Por ello, se agradece
conocer la vida y obra de aquellos otros que desarrollaron su labor en el
lejano oriente, siendo esto lo que nos propone “Ebrio de mujeres y pintura”
de Im Kwon-taek.
Se trata de una producción del año 2002, para la que no se escatimaron
medios ni técnicos, ni económicos para narrar la vida del insólito pintor
Jang Seung-up, encarnado en uno de los actores coreanos más afamados
del momento, Choi Min-shik, y cuya bellísima y colorista fotografía de Jung
Il-sung destaca a lo largo y ancho de la pantalla.
Kwon-taek es un director ya consagrado que ha dado grandes obras a la
cinematografía coreana y cuyo testigo creativo está recogiendo el algo
más joven Kim Ki-duk. Con esta cinta que aquí se comenta, Kwon-taek
consiguió una merecida Palma de Oro a la mejor dirección en el Festival de
Cannes.
Como reza su título, la película es un reflejo de la vida de un ser
alcoholizado, mujeriego y cuyo reto con el pincel (o con un palo, o con las
manos) es superarse a sí mismo. Un genio que atraviesa momentos típicos
por los que pasa todo autor, como es el cambio de estilo para,
justificándose con sus propias palabras, “.no ser prisionero de su
público.”.
En “Ebrio de mujeres y pintura” se encuentran destellos de cine de muchos
quilates, como por ejemplo, ese en el que Jang Seung-up reproduce una
obra maestra después de un simple vistazo y decide incluir un tercer
pájaro triste y solitario que no tenía el original, montando Kwon-taek, a
renglón seguido, un plano del abatido y ascético pintor.
O aquel otro en el que le encargan que le pinte una lámina a la moribunda
hija de su protector y dibuja un ave zancuda, colocando a continuación el
verídico vuelo del ave a ese cielo azul inconmensurable, morada final del
espíritu.
Sólo por la original y conmovedora coda con la que se cierra la vida de
Jang Seung-up, merece la pena sentarse en una butaca y disfrutar con el
arte por partida doble.
Alberto Alcázar