• Por AlohaCriticón

el lobo cartel critica posterDirección: Miguel Courtois.
Intérpretes: Eduardo Noriega, Silvia Abascal, Patrick Bruel, José Coronado.

Con guión de Antonio Onetti (“Una Pasión Singular”9.

Sinopsis

Mikel Lejarza (Eduardo Noriega), alias Lobo, fue un agente de los servicios secretos españoles que estuvo infiltrado en ETA durante los años 1973 y 1975, consiguiendo con su labor en el seno de los terroristas desarticular gran parte del entramado de su organización.
Este hecho provocó que ETA condenase a muerte a Lejarza, quien tuvo que cambiar a partir de ese momento su identidad y su rostro para evadirse del cumplimiento de tal amenaza.

Crítica




La defensa de la identidad de una tierra y la reivindicación de unas raíces y unas políticas que puedan de manera razonable y justa mejorar las condiciones vitales y ancestrales de los elementos humanos que componen tal espacio y lugar, resultan plausibles y en cierta manera, necesarias, para no desvincular a sus habitantes con sus esencias telúricas e intentar buscar un progreso en todas las circunstancias, materiales y personales, que le rodean.

Lo peligroso es cuando esa reivindicación se aparta de pautas constructivas, integradoras con su contexto mediante métodos de progreso y no primitivos, viéndose inmersa en una vorágine marcada básicamente por la sinrazón y la destrucción, a corto, medio o larzo plazo, la cual termina siendo interna y externa, devorando cualquier causa y deparando violencia e incertidumbre, consecuencias sin aspectos positivos para nadie.

“El Lobo”, film dirigido por Miguel Courtois y escrito por Antonio Onetti, somete esta vorágine criminal a una perspectiva en formato thriller al penetrar en el armazón principal de la organización terrorista ETA siguiendo a un infiltrado real de la policía, Mikel Lejarza, quien consiguió ingresar en el seno de la banda armada durante los años 1973 y 1975, logrando con su intervención la detención de importantes miembro del grupo.

Esta acción suscitó que el personaje principal, interpretado de manera muy correcta por Eduardo Noriega, tuviese que privarse de una existencia ordinaria para para pasar a vivir de manera clandestina y anónima.




La deserción vital y la pérdida de la normalidad en su existir marcan la característica audaz del personaje del Lobo en una película que, abordando un tema esencial para la normalidad sociopolítica española, parece depender en demasía de claves estéticas y narrativas del thriller moderno estadounidense, divagando demasiado en el corazón del asunto, tratado de manera simplona al margen del exigible seguimiento genérico al carácter central, y de la búsqueda de un reflejo lógico y estrecho de un contexto sociopolítico muy definido, trasladado con una sordidez derivativa y un cúmulo de personajes no exentos de tópicos en su naturaleza como personajes.

Como thriller, rítmico pero aséptico, sin cánones propios en la conducción narrativa ni personalidad destacada en cualquier aspecto de su producción, “El Lobo” puede ofrecer cierto grado de entretenimiento, de pulp barato sin significación aparente, pero le falta osadía en el cimiento temático y mayor complejidad en el estudio psicológico del personaje pivote y en la propia organización terrorista.

Vamos, que sin marcharnos a los Estados Unidos, le falta todavía a Courtois cierto savoir-faire para acercarse a un Jean-Pierre Melville o a un Constantin Costa-Gavras.

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Eduardo Noriega
José Coronado
Manuel Zarzo


el lobo criticaAunque la atonía industrial del cine español, por lo inveterada, pudiera inducir a pensar lo contrario, no hay por que pensar que toda apuesta valiente o arriesgada haya de ser, necesariamente, temeraria o suicida: si se ponen en juego los elementos adecuados, y se trabaja con inteligencia y claridad de ideas, los resultados han de terminar, forzosamente, resultando satisfactorios.

Así sucede, de hecho, en el caso de “El Lobo”, un producto de muy cuidada factura y del cual, salvo inesperada sorpresa, no cabe mas que esperar un rotundo éxito comercial, dado su enfoque y sus componentes.

A pesar de lo que el propio director haya podido mencionar acerca de sus fuentes de inspiración, “El Lobo”, en cuanto a su sustancia política, no tiene el más mínimo parecido con un film de Costa-Gavras, mientras que sí se acerca, y bastante, a las constantes creativas de un director como Alan Parker: el trasfondo político subyacente no deja de ser, en el film de Miguel Courtois –un realizador, pese a su juventud, muy rodado en el medio televisivo en Francia-, un elemento derivado del fundamento histórico real de la trama, y no, desde luego, un eje vertebrador de la película; además, su presencia efectiva se ciñe a una secuencia, ésa en la que Ricardo, responsable del servicio secreto, formula su tesis acerca de la continuidad del terrorismo como un factor necesario (como salvavidas) ante el cambio político que se avecina, y justifica con ello la falta de voluntad (política y policial) para ponerle fin.


El resto es acción, mucha acción.
Y muy bien rodada, por cierto; enmarcadas en una ambientación, tanto de gentes como de decorados, excelentemente trabajada (la tarea de reconstrucción de la época es encomiable, y hay que felicitar al equipo técnico en pleno por la minuciosidad con que se han recreado todos los detalles a tener en cuenta en estos casos), las escenas de atentados y persecuciones se van sucediendo, entreveradas por secuencias intermedias que, situadas en otros planos de la historia –los configurados por las diferentes tramas secundarias: la relación afectiva de Amaia con sus compañeros Lobo y Nelson; las reuniones y asambleas de los etarras, que se desarrollan en paralelo con las reuniones de la cúpula gubernativa: tanto en unas como en otras, se van a debatir y confrontar estrategias de ataque/defensa, que se ven ilustradas (y se contrastan) a través de iluminaciones contrapuestas, cada una con su simbolismo específico-, sirven de contrapunto (y remanso, previo a un nuevo empujón, y salto hacia delante) a una trama central cuya progresión rítmica y dramática está perfectamente calibrada.

La resultante final es la de un thriller tenso y trepidante, que sostiene la emoción y el interés a lo largo de todo el metraje, y que explota sabiamente, gracias a una realización ágil y clara (y con una dotación de medios materiales y económicos suficientes: basta ver la amplitud y nivel del reparto actoral, o el despliegue de localizaciones, para comprobar de manera evidente que estamos muy lejos –por elevación- de los estándares de una tv-movie al uso), el material dramático con el que cuenta, oro de muchísimos quilates: el enorme juego que el personaje genérico del “infiltrado” –las habilidades que ha de desplegar para introducirse en la organización; la permanente incertidumbre acerca de si, con motivo del más mínimo fallo, será, o no, descubierto…- puede proporcionar a una trama de suspense político-policial está, en el caso de El lobo, perfectamente desarrollado, y nos termina ofreciendo un producto de un nivel más que digno, en cuyo debe, no obstante, cabe apuntar algunas deficiencias que, aun sin empañar en demasía la valoración global del film, no se deberían pasar por alto: es el caso de la elección del protagonista, o de la delineación en el guión de la personalidad del principal (más bien, único) personaje femenino.

Sobre la elección del protagonista, hay que empezar reconociendo que el trabajo de Eduardo Noriega para cubrir las dos facetas (Txema Loygorri/Lobo) de su único personaje es muy, muy meritorio, y que ha crecido como actor, desde su debut con Tesis, en magnitudes gigantescas; pero aun así, a la creación de su personaje le sigue faltando un punto de hervor, que habría de concretarse en algo más de dureza, un grado mayor de hosquedad, que le resultan muy complicados por sus perfiles, tanto físico como de carácter: Noriega lo intenta, pero, en esas escenas en que se planta con ataques arrebatados de dignidad –ya sea real o ficticia-, no resulta nada convincente: a su mirada le falta acero; a su voz, gravedad y potencia; y a su presencia general, el trasladar la convicción de que estás ante alguien que, llegado el caso, sería capaz de hacerte daño.

De todos modos, su esfuerzo es tan grande, y tal su grado de concentración, que consigue que, al menos, la película no se vaya al traste por una decisión básica de casting.



En cuanto al dibujo del personaje femenino (encarnado por una prometedora y muy sugerente Melanie Doutey, que sí que está a la altura de las circunstancias), resulta muy poco creíble, hasta el punto de que ni siquiera la evidencia de que se trata de un elemento de contraste dramático, introducido con una intención instrumental y el ánimo, eminentemente, de que funcione como un “factor de relajación” y un gancho adicional (un puntito erótico para salpimentar la historia nunca sobra cuando hay una pretensión de llegar a un público amplio), consiguen salvarlo de su incongruencia, rayana en el absurdo: a una peligrosísima activista no hay por qué asociarla, indefectiblemente, a una imagen feísta de rudeza y carencia absoluta de feminidad, pero esta Amaia se encuentra bastante más cercana a la Linda Fiorentino de La última seducción, o a la Nicole Kidman de Malice, que a cualquier otro arquetipo femenino menos sofisticado.
Y tampoco es eso, supongo.

En definitiva, y aun con sus fallas puntuales, hay que calificar “El Lobo” como un producto muy comercial y tremendamente solvente, llamado a satisfacer el gusto por un cine de entretenimiento bien hecho de un segmento de público muy, muy amplio.

Y, también, por qué no, de una tremenda patada en el culo a toda esa caterva de prejuiciosos malintencionados que, a la vista de la nacionalidad de la película, jamás se van a acercar a verla, aun cuando la misma se encuentre en parámetros genéricos y tonales plenamente acordes con sus gustos habituales; qué se le va a hacer, siempre habrá alguien más dispuesto a identificarse con las aventuras y desventuras de un detective de Ohio que con las de un muchacho de Oyarzun: me temo que ése debe ser un efecto colateral no contemplado en Super Size Me por el amigo Spurlock…

Manuel Márquez

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