EL PERRO RABIOSO (1949)
Dirección: Akira Kurosawa.
Intérpretes: Toshiro Mifune, Takashi Shimura, Keiko Awaji, Eiko Miyoshi.
Un descuido del agente Murakami (Toshirô Mifune), traerá consigo el hurto de
su arma reglamentaria, una Colt con sus siete balas.
Desesperado en su intento de recuperarla, sus superiores le recomendarán que
indague su paradero asesorado por un experimentado y galardonado policía,
Sato de Yodobashi (Takashi Shimura).
Con anterioridad a las obras de relumbrón que encumbraron a Akira Kurosawa
(“Rashomon”, “Vivir” o “Los siete samurais”), el director nipón rodaría unas
cuantas joyas, entre las que se encuentra “El perro rabioso”.
La cinta se sitúa en los comienzos de la fructífera relación profesional que
unió a Kurosawa y Mifune, iniciada en “El ángel borracho” (1948) y
finalizada con ocasión del rodaje de “Barbarroja” (1965).
Además del carismático Mifune, el filme cuenta con la presencia, siempre
grata, de Takashi Shimura, otro titular indiscutible en los repartos de
Kurosawa.
Haciendo gala de unos estudiadísimos encuadres en muchísimos de los planos y
utilizando los encadenados mediante cortinilla vertical, Kurosawa ayudado en
el guión por Ryuzo Kikushima, relata la ansiedad de un joven agente de
policía cuando pierde su pistola y la excesiva carga que cae sobre su
conciencia reflexionando sobre las consecuencias, posiblemente nefastas, de
su imprudencia.
Llaman la atención de “El perro rabioso” varias secuencias: la primera, de
unos ocho minutos de duración, en la que asistimos, sin palabras, a la
búsqueda del arma en tugurios y mercadillos; la segunda, un curioso plano en
el que se ve descansar tumbadas en el suelo a unas bailarinas; y, por
último, las documentadas imágenes de un partido de la liga de béisbol
japonesa.
Más allá de la chusca anécdota provocada por algún amante desmesurado de los
animales en relación con el primer plano de la película, o la posible
influencia de Simenon; “El perro rabioso” es un sabio ejercicio en el afán
por lograr la perfección cinematográfica, cuyo rodaje fue muy disfrutado por
el propio Kurosawa, según cuenta en su autobiografía.
Alberto Alcázar