EL VIENTO (2005)
Dirección: Eduardo Mignogna.
Intérpretes: Federico Luppi, Antonella Costa, Pablo Cedrón, Esteban Meloni.
Frank (Federico Luppi), un hombre de campo que se dedica al cuidado de
sus ovejas, acaba de perder a su hija, la única persona con la que
convivía. Para aliviar su soledad y tristeza, decide trasladarse a Buenos
Aires, donde reside y trabaja su nieta, Alina (Antonella Costa). La
aparición de Frank le supone a Alina mayores incomodidades que alegrías.
No obstante, con la llegada de su abuelo y, sobre todo, con su partida,
Alina llegará a tener conocimiento de hechos relevantes de su existencia
que desconocía.
Eduardo Mignona, el director de “Sol de otoño” (1996), en cuya producción
logró unir a dos de los intérpretes más agraciados del cine argentino, a
saber, Federico Luppi y Norma Aleandro, ha decidido separarles en sus
dos últimos trabajos con diferentes resultados.
En “Cleopatra” (2003), Norma Aleandro volvía a tomar posesión de la
cámara y exhibía su talento artístico, pero sin que llegara a resultar el
conjunto de la obra, de la perfección de la que ahora protagoniza Federico
Luppi.
“El viento” es un ejercicio de calidad cinematográfica, cimentado sobre tres
pilares: un guión excelente del propio director y de Graciela Maglie; una
interpretación exquisita de todo el elenco, pero especialmente de Luppi
(mucho más contenido que en otras ocasiones) y de Antonella Costa (“Hoy
y mañana” (2003)); y, finalmente, un cautivador fondo musical creado, a la
sazón, por Juan Ponce de León.
“El viento” es cine de sentimientos, plagado de momentos en los que el
alma de los personajes se desnuda sin ningún tapujo, vislumbrándose lo
que de verdad hay en el interior de los mismos.
En este sentido, caben señalar, entre otros, esos instantes en los que
Luppi explica el prolijo parto de las ovejas, o bien, la narración al novio de
su nieta, de la anécdota en la que su padre saltaba al campo de fútbol y
estrechaba la mano del portero.
Pero este último trabajo de Mignona, rodado con mucha convicción y
exquisito gusto es, sobre todo, un tratado o una lección de experiencia
cuyos argumentos son prácticamente irrebatibles, ya que se fundamentan
desde la solidez que aporta la vida vivida.
Alberto Alcázar
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