FOLLAME (2000)
Director: Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi.
Intérpretes: Raffaela Anderson, Karen Bach, Lisa Marshall, Delphine MacCarthy.
Manu (Raffaela Anderson) y Nadine (Karen Bach) son dos mujeres marcadas por un pasado violento quienes tras su encuentro convierten su vida en común en una existencia nihilista y un desenfreno de sexo y muerte que tiene como objetivo la aniquilación de los hombres con los que mantienen relaciones amorosas.
Establecer una frontera clara y definida entre lo que es pornografía y lo que no
lo es, siempre ha sido una cuestión difícil y en la que se han estrellado -bien
por exceso, bien por defecto- muchos cineastas afanados por la plasmación en la
pantalla de sexo explícito sin que por ello sus películas se vieran confinadas a
los circuitos de difusión (no sólo física, o comercial, sino también de
consideración crítica) del que todos conocemos como cine X. En ese sentido,
”Fóllame”, la ópera prima de Virginie Despentes y Coralie Trinh Thi, no deja de
ser un jalón más en ese largo camino al que, si algún mérito específico cabe
reconocerle, es el de haber situado ese punto fronterizo bastantes millas más
allá de dónde lo hubiera podido dejar su precedente más inmediato.
En lo que respecta a consideraciones más estrictamente fílmicas -es decir,
obviando las posibles observaciones acerca de sus componentes pornográficos, que
no dejan de ser pura anécdota, o piedra de toque escandalosa, si se quiere, como
señuelo para atraer a cierto tipo de espectador incauto-, Fóllame se configura
como una suerte de thriller de carretera, que pretende reflejar una especie de
vacío existencial de sus personajes que sólo puede ser llenado a través de dos
vías exclusivas y complementarias: violencia y sexo, sexo y violencia.
Tras una introducción en la que se nos refleja, a través de una serie de apuntes
mínimos y un tanto desestructurados, un mundo sórdido y repleto de esos mismos
elementos -sexo y violencia (en ocasiones, incluso unidos en una misma
situación: es el caso de la violación con la que se nos presenta el personaje de
Manu)- que posteriormente configurarán el itinerario existencial de las dos
protagonistas (y que podría recordarnos, en algún momento, al mundo que se
refleja en las películas de Larry Clark, si bien, en este caso, hemos dado un
salto de edad, ya que estamos algo más allá de esa adolescencia turbia y mórbida
que el director norteamericano ha convertido en territorio de sus tramas), la
trama central de la película arranca a tráves de unos hechos episódicos que
ponen en contacto casual a los dos personajes centrales, Manu y Nadine, dos
mujeres que se dedican profesionalmente al sexo (la una es actriz pornográfica;
la otra, prostituta), y que, una vez abierta la espita de la muerte violenta, se
dejarán deslizar por esa pendiente, en un camino sin retorno y salpicado, de
manera constante, de sangre y flujos genitales, en una auténtica ensalada cuyos
únicos aliños son la droga y el alcohol que llevan a ambas a un estado
permanente de irreflexión absoluta.
A tanto desenfreno orgiástico y tanático ponen servicio unas imágenes que huyen
de la estridencia, para adaptarse a un ritmo más o menos convencional -salvo en
pasajes puntuales, en que los movimientos de cámara, o la secuencia de montaje,
se alteran a base de un ritmo más acelerado-; es a la música a la que se reserva
el papel de catalizador y elemento de ambientación más acorde con la historia
que vemos reflejada en la pantalla. En este aspecto, el film no deja de explotar
una tendencia que se viene manifestando en el cine más reciente con cierta
profusión, y que es el de conferir a su score un papel más preponderante que el
que debería corresponderle como mero auxiliar de ambientación, para convertirlo
en auténtico leit-motiv de la composición general.
Y son ésas, y no otras, las coordenadas en que se mueve la historia de estas
“Thelma y Louise sin freno de mano”: Manu y Nadine vendrían a ser el trasunto
deshinibido de las heroínas de la road-movie de Ridley Scott -o imagínemos que,
en lugar de a Susan Sarandon y Geena Davis, tuviéramos al mando del viejo
Cadillac a dos megaestrellas de las factorías Vivid o Serena (no hay que olvidar
que las dos protagonistas de Fóllame, Karen Bach y Raffaëlla Anderson, se tratan
de dos actrices porno), con sus escasas neuronas machacadas por una mezcla
explosiva de polvo blanco y bourbon barato: la resultante andaría mucho más
cerca de los Mickey y Mallory de Natural born killers (Oliver Stone, 1994) que
de la blandita y bienintencionada mala uva (valga la contradicción) de las dos
americanitas medias en una travesura que se les va de las manos…-; y, como
éstas, su final no puede ser más que un final trágico (no hay retorno para un
camino tan al borde del precipicio, aunque la resolución de la trama pueda dar
que pensar, al menos para alguno de los personajes, que sí hay alguna vía de
salida).
”Fóllame” no es una gran película, y no va a pasar la historia como tal; y aun
habiéndose paseado por varios festivales de segundo orden (Gijón, Locarno y
Estocolmo) con más escándalo que gloria, está incluso por ver si permitirá a sus
autoras una segunda oportunidad, que, hasta la fecha, no ha llegado -y
complicado será que, a la vista de ésta, algún productor esté por la labor de
jugarse los cuartos en experimentos de este jaez, siempre de tan inciertos
resultados-. Pero de lo que caben pocas dudas es de cuán complicado se lo ha
puesto a todo aquel, o aquella, que pretenda manifestar un talante abiertamente
transgresor en materia sexual plasmado sobre la pantalla: es muy difícil ir más
allá sin que al producto se le coloque, sin mayores contemplaciones, la
calificación de hard-core. Y ya hubo alguna que otra película que, con méritos
similares, o menores si cabe, figura con letras de molde en los anaqueles de la
historia de la cinematografía. Tiempo, pues, al tiempo…Manuel Márquez