• Por AlohaCriticón

FRAULEIN (2006)

Dirección: Andrea Staka.

Intérpretes: Mirjana Karanovic, Marija Skaricic, Ljubica Jovic, Pablo Aguilar.

Ruza (Mirjana Karanovic) dirige un restaurante en Zurich. Su diligencia y

escrupulosidad en la gestión del establecimiento es bien conocida por los

empleados y clientes del local.

La contratación de la joven bosnia, Ana (Marija Skaricic), desencadenará una

catarsis en la circunspecta y rutinaria vida de Ruza.

Esta “Fraulein” de la helvética Andrea Staka ofrece muchos puntos en común

con un título cuya producción es del año inmediatamente anterior: “Grbavica.

El secreto de Esma” de la bosnia Jasmila Zbanic.

A saber: la precocidad de las dos directoras; las cintas son óperas primas

premiadísimas; el guión es responsabilidad de las propias realizadoras;

tiran de la misma protagonista, Mirjana Karanovic; y, por último, los

fotogramas de sus respectivas creaciones, destilan el mismo tufillo a horror

y tragedia provocada por la guerra balcánica.

Efectivamente, al igual que ocurriera en la película de Zbanic, en la que el

pasado de Esma es ocultado tras una cortina que se descorre para que la

damnificada haga terapia y testimonie la crueldad del conflicto civil, en

“Fraulein” ocurre otro tanto con el personaje de Ana, acentuando el drama el

acompañamiento de una grave enfermedad.

Aparte del terror bélico, Staka muestra un triángulo femenino (no amoroso,

aunque sí cariñoso), colocando en cada uno de los vértices la personalidad,

el carácter y la actitud ante la vida de tres mujeres de diferentes edades.

Es precisamente el encontronazo de Ruza y Ana lo más enriquecedor de

“Fraulein”: dos formas distintas de comportamiento y una relación que

redundará en beneficio de quien ha vivido más pero ha acumulado menos

experiencia en el terreno traumático.

Son las vivencias que lleva Ana en el hatillo lo que le lleva a afrontar el

día a día de la manera en que lo hace, desinhibida y degustando el presente

que, a fin de cuentas, se constituye en el tiempo tangible de la existencia.

Ana es, al fin y al cabo, una desmadejada hada madrina cuya varita ha

trastocado, iluminándolo, el deambular tedioso de Ruza por tierras suizas.

Alberto Alcázar

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