HORMIGAS EN LA BOCA (2005)
Director: Mariano Barroso.
Intérpretes: Eduard Fernández, Ariadna Gil, Jorge Perugorría, José Luis Gómez.
Finales de los años 50. Después de haber pasado diez años en prisión tras el intento de robo a un banco, Martín (Eduard Fernández) viaja a La Habana con la esperanza de encontrar a Julia, su antigua compañera sentimental que logró escapar con el botín a Cuba, un país que vive un convulso período político y social.
Las películas que presumen de thriller o que sin presumir demasiado se sirven de las claves de género para conformar una narrativa cinematográfica tienen que saber crear un personaje central de cierta dimensión, generalmente perdedor y antihéroe, maniobrar con soltura los resortes del suspense en situaciones de tensión y entusiasmo dramático, creando una atmósfera fosca propicia para tales propósitos emocionales y una perspectiva sociopolítico y, frecuentemente, romántico-sentimental, del embrollo en el que se envuelven sus principales protagonistas, sin caer, si se sabe y se tiene material para ello, en tópicos y demás asuntos que terminan por adocenarse en filmografías thrillers mediocres sin trascendencia ni impronta alguna de autoría.
Como este “Hormigas en la boca”, en donde se intenta pero no se llega, en donde se bufa pero no se ventea, por lo menos por los orificios convenientes.
Mariano Barroso, autor de películas así-asá como “Los lobos de Washington” o “Kashbah” prosigue con el así-asá en un film basado en una novela de su hermano Miguel que se retrotrae temporalmente a finales de la década de los 50 para ubicarnos en una intriga desplazada a la Cuba precastrista desarrollándose una trama bastante ahuecada con fuerte dependencia de su fuente en papel, con apuntes políticos y melodramáticos y una exposición de caracteres esquemáticos, situaciones anodinas faltas de excitación y abundantes estereotipos y lugares comunes en personajes, espacios y motivaciones vitales a nivel personal y general.
La aceptable recreación de ambientes y escenarios, aprovechando el escaso escape estético del colonialista de la maravillosa Isla, a la que se adecenta para la situación con un mañoso trabajo técnico, y las correctas interpretaciones de sus protagonistas, en especial de Eduard Fernández y José Luis Gómez, son algunos rasgos positivos de este thriller más gris que negro con resonancias varias de películas mucho mejores que ésta.
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Barcelona, 1958. Martín (Eduard Fernández) sale de prisión después de
cumplir con una condena de diez años que le impusieron por atracar un
banco, cuyo botín iba a servir para financiar la oposición al régimen
franquista. Una vez fuera, decide emprender la búsqueda de Julia (Ariadna
Gil), la mujer que escapó con el fruto del robo y con la que mantuvo un
romance.
El cine nos ha dejado siempre un sinfín de lapidarios y, en la mayoría de
las ocasiones, eficaces avisos para navegantes. Desde el gángster que
suelta aquello de: “La próxima vez que te encuentre, te meteré plomo en el
cuerpo” o, “No lo intentes si es que no quieres vestirte con el pijama de
madera de pino”; hasta el vaquero que escupe lo de: “Abandona este lugar,
o de lo contrario mañana estarás bailando al final de una soga.”
Pues bien, a partir de ahora se puede añadir un nuevo consejo proveniente
esta vez del entorno caribeño: “Vas a amanecer con hormigas en la boca”.
Semejante advertencia se incluye en el guión de la quinta película de
Mariano Barroso, que adapta una novela de su propio hermano, Miguel,
para la que no se han escatimado medios, ni humanos, ni materiales.
En esta ocasión Barroso traslada su campo de operaciones a La Habana
en los días previos a la revolución castrista, con todo lo que ello supone
para una producción. Con un planteamiento muy tradicional del relato, lo
que no quita para considerar su resultado como correcto, “Hormigas en la
boca” está en la onda de “Habana” (1990) de Sydney Pollack que, en su
día, se intentó arrimar al clásico más clásico que ha dado el séptimo
arte, “Casablanca”.
Se puede afirmar que la estructura del filme se asienta en tres sólidos
pilares: la interpretación de Eduard Fernández (como siempre, metido de
lleno en el personaje), la colorista fotografía de Aguirresarobe, cuyo
trabajo, como también viene siendo habitual, sobresale con luz propia
(valga la expresión tanto en su sentido literal, como en el profesional); y,
en tercer lugar, la cuidada dirección artística en la que destacan algunas
secuencias rodadas en exteriores de La Habana, especialmente
acondicionada para reflejar la Cuba de Batista.
La verdad es que, como cinéfilo impenitente, lo que hubiera dado por estar
presente en esa noche cubana de ficción en la que muy bien podrían haber
coincidido, en el tiempo y lugar, el descubrimiento de Michael Corleone de
la traición de su hermano Fredo; las últimas rondas de póquer del tahúr
interpretado por Robert Redford; o, finalmente, el enfrentamiento de Martín
con Fredy Navarro (Jorge Perugorría), dejando expedito el camino a Julia
para una nueva huída a otra de tierra de esperanza.
Alberto Alcázar
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