LA PROFECÍA (2006)
Dirección: John Moore.
Intérpretes: Seamus Davey-Fitzpatrick, Julia Stiles, Liev Schreiber, Bohumil Svarc.
Para algunos las revelaciones del Apocalipsis se ven materializadas en
horribles hechos acontecidos en nuestra sociedad actual; tales como
asesinatos, atentados terroristas, catástrofes naturales y demás terribles
eventos. Un pasaje del mismo Libro de la Revelación anuncia la llegada del
Armagedon precedido por el Anticristo.
Sin conocimiento alguno de lo que se avecina, Robert Thorn (Liev Schreiber)
diplomático americano espera el nacimiento de su primer hijo. El mismo día
en que su mujer Kathryn (Julia Stiles) tendría que dar a luz, hay
complicaciones en el parto que provocan el fallecimiento repentino de la
criatura. El sacerdote del hospital, el Padre Spiletto, se presenta a un
hundido Thorn con un bebé nacido a la misma hora en la que murió el suyo y
sin familia alguna. El cura le alienta para que lo tome como suyo pues, para
su mujer, sería una horrible desgracia conocer la verdad. El diplomático
acepta y cría como suyo a un pequeño moreno de ojos azules llamado Damien.
Pero una serie de acontecimientos provocados a partir de su quinto
cumpleaños hacen pensar a todos que en ese chico pecoso de mirada angelical
se esconde algún tipo de fuerza que escapa a todo conocimiento terrenal.
Llega el verano y con él las tres o cuatro películas de rigor que tratan de
paliar los calores estivales a base – en el peor de los casos- de casquería
y sangre – con una más que pobre justificación en guiones de requerida
corrección- o a base de lo que ahora muchos gustan de llamar terror
psicológico.
Cintas todas, que año tras año se esfuerzan por devolver majestuosidad a un
género- todo hay que decirlo- bastante denostado y carente de una firme
valía propia.
En este caso y bajo una argucia comercial digna de “El código Da Vinci” o
“Misión Imposible :III” – por no aburrir al lector con una excesiva
enumeración- se estrena en las pantallas de todo el mundo “La Profecía” el
día 6 del mes 6 del año 2006 (cualquier excusa es buena para hacer palpable
una vez más aquello de “Poderoso caballero es Don Dinero”) números, para
aquellos no doctos en el tema, relacionados con el Anticristo y su
personalización en la tierra.
Treinta años después de que Richard Donner (“Constantine” 2004, “Asesinos”
1996 , “Maverick” 1994) revolucionara en los años 70 a toda la población con
su particular visión del Anticristo encarnado bajo unos dulces ojos de niño;
llega de mano de John Moore (“El vuelo del Fénix” 2005, “Tras la línea
enemiga” 2002, “El imperio del sol” 1987) un remake de la película con
alguna que otra diferencia; siendo la más notable el presupuesto de 60
millones de dólares con el que esta vez se ha contado para recrear “el mundo
Damien”.
La infantil nostalgia que a veces me atenaza me hace extrañar en esta
versión al memorable Eldred Gregory Peck (apunte curioso éste, de su primer
nombre para los que gusten de pequeños chascarrillos cinematográficos) que
aunque ya en la decadencia de su carrera en los años 70, nos recordaba el
esplendor que antaño tuviera.
Una producción pretenciosa – que no por ello inconexa, ni carente de la
emoción y el suspense de la original-; remake con valor casi seguro en
taquilla y una más que correcta actuación de la siempre inquietante Mia
Farrow quien encarna a la perfección a la niñera de la criaturita.
Buena opción sin duda para los amantes del género, aunque quizá no esté de
más preguntarnos el sentido -o no- de los remakes: homenaje para unos,
plagio para otros. Para gustos los colores y en “La Profecia”, colorido,
desde luego que no falta.
Cristina Gómez
Alguien debió advertir al director de “La Profecía” del año 2.006 que, al ver su película, sería inevitable –y pernicioso para él- que muchos cinéfilos recordaran los preciosos ojos azules de Lee Remick o el lento caminar de Gregory Peck. Los primeros, observando desorbitados, a través de un visillo blanco, algo terrible que el espectador nunca llegaría a conocer; el segundo, dirigiendo sus pasos hacia el altar mayor de una Iglesia, en el que debía consumar un costoso sacrificio pseudo-bíblico. Imágenes, ambas, culminantes e imperecederas que, sin querer, se buscan en este trabajo y no se encuentran. Por ese motivo, alguien debió advertirle también de que el único modo de salir airoso y evitar el desastre en este arriesgado proyecto, era no escatimar en la contratación de actores –reputados y conocidos- que supieran llevar el peso del argumento.
Por otra parte, si John Moore (el mismo y despistado director) hubiera reparado en algunos remakes importantes de la Historia del Cine, -aquellos que, incluso, lograban eclipsar a los originales-, habría descubierto que el éxito de muchos de éstos se basó, precisamente, en la acertada elección de grandes estrellas de la época. De esta manera, Charles Vidor en su “Adiós a las armas” de 1.957 quiso contar con Rock Hudson para dar la réplica perfecta al Gary Cooper de Frank Borzage; mucho tiempo después, los creadores de las nuevas “Diabólicas” se fijaron en una auténtica diva de la pantalla, mito erótico de la década, como era Sharon Stone, para dar vida a una de sus protagonistas; o la productora que se hizo cargo del remake de “El Cabo del Miedo” no dudó en dejarse seducir por actores de la talla de Robert de Niro, Nick Nolte o la mismísima Jessica Lang. (con la que Fernando de Cea mantiene recurrentes fantasías cinéfilas, como muchos).
Evidente y lamentablemente, nadie le avisó, y el buen hombre no caía en el detalle. En su defecto, la directora de casting (que tampoco es la reencarnación de David O’Selznick) se contentaba con dos actores prácticamente desconocidos, que no suponen ninguna revelación para la cámara, y con una Mia Farrow más cercana a Mary Poppins que a un apóstol de Satán.
Las consecuencias derivadas de un reparto inadecuado, pronto se traducen en la inclusión de planos surrealistas, a modo de pesadillas, plagados de imágenes sangrientas propias del cine de serie B, para paliar las múltiples deficiencias interpretativas de los protagonistas; al tiempo que para hacer convincente el personaje de la angelical Mia, es imprescindible “obligarla” a realizar cosas malísimas de manera sumamente explícita. Argucias a las que La Profecía de 1.976 no necesitó recurrir.
A todo esto, ¿qué hay de l’enfant terrible?. Pues me temo que tampoco se tuvo tino con él. Si es cierto que el gran secreto del maligno consiste en hacer creer a los humanos que no existe, jugando al engaño, el verdadero Damien debería ser un niño encantador, frágil y desvalido, engañando con el mismo juego; cualidades muy alejadas de la siniestra criaturita que se terminó contratando.
Así pues, mientras los adictos al Género seguimos pensando en lo distinta que habría sido la nueva profecía si los preciosos ojos azules de Naomi Watts se hubieran posado en ella o el lento caminar de Clive Owen la hubieran acompañado hasta el altar, llegamos a la conclusión de que los responsables de esta producción nunca fueron conscientes de que éste no era un remake cualquiera y sí la resurrección de uno de los mejores clásicos del Cine de Terror psicológico de todos los tiempos. Un intento fallido, a todas luces, que ni siquiera se supo promocionar inventando una leyenda negra, de ésas que son capaces de competir con la maldición que acompañó al edificio Dakota, escenario de “La Semilla del diablo” de Roman Polanski; ni se hizo eco del rosario de desgracias personales que –curiosamente- siempre se ciernen sobre los equipos de rodaje que osan perturbar el desasosiego de las fuerzas del Más Allá.
Sea como fuere, los amantes de las pelis de miedo continuaremos esperando mejores temporadas, y nos abstendremos de frivolizar sobre todo tipo de historias para no dormir, ya sean reales o ficticias….. por si 6c6s6. (acaso).Marta Soria
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