LA SPETTATRICE (2004)
Dirección: Paolo Franchi.
Intérpretes: Barbora Bobulova, Andrea Renzi, Brigitte Catillon, Chiara Picci.
La vida de Valeria (Barbora Bobulova) en Turín, transcurre entre su
rutinaria labor de intérprete y la atracción enfermiza por Massimo (Andrea
Renzi), un solitario vecino desconocedor de esa pasión.
Las costumbres de Valeria quedarán trastocadas cuando Massimo deba
trasladarse por motivos laborales a Roma.
En el prólogo de “La spettatrice”, ópera prima de Paolo Franchi en el largo,
los protagonistas de la misma tienen idéntico impulso: adquirir una pequeña
piedra (la labradorita) que, según rezan sus propiedades esotéricas en el
expositor, refuerza el espíritu y los sentimientos.
Con ese gesto mercantil inicial ya se aporta una primera información para
asentar la creencia de que los personajes en cuestión, no son precisamente
un ejemplo de confianza y seguridad en sí mismos.
Sin embargo, hay que dejar avanzar la película para comprobar los verdaderos
efectos del amuleto de marras en los poseedores del mismo, es decir, en las
féminas del relato.
La figura compleja de la joven Valeria, trasunto entre el papel de James
Stewart en “La ventana indiscreta” y el de Glenn Close en “Atracción fatal”
(sin llegar a las codas de ambas); y la ya madura Flavia, en la
interpretación un ápice sobreactuada de Brigitte Catillon, cuyo deseo
todavía no dormido despierta la hombría de Massimo, son las guerreras que
asedian con frenesí el corazón de éste sin dar el definitivo golpe de
gracia.
De modo que, en opinión de este humilde comentarista, el susodicho talismán
debería ser mezclado con otro guijarrillo que reforzara el poder decisorio,
ya que si bien los sentimientos y espíritus han emergido con vigor y están a
flor de piel; por el contrario, las indefiniciones y dudas dejan al pobre
pretendiente hecho un guiñapo.
Franchi, que contó con la colaboración de Heidrun Schleef (coguionista de
“La habitación del hijo” de Moretti), no deja de traslucir buenas
intenciones en su propuesta, pero ésta no logra más que un resultado
discretísimo, por culpa, sobre todo, de algunas secuencias absolutamente
prescindibles: piedra pómez, pues, para esas escenas de sexo que no vienen a
cuento.
Alberto Alcázar