Dirección: Alexandre Aja.
Intérpretes: Ted Levine, Kathleen Quinlan, Aaron Stanford, Dan Byrd.
En su aniversario de boda “Big Bob” Carter embarca a toda la familia en una vieja caravana para que crucen California juntos; un viaje que no hace feliz a ninguno de los disímiles integrantes. Al respostar en una gasolinera, un viejo les indica un atajo alejado de la carretera principal – supuestamente, les ahorrará más de dos horas de camino. En el trayecto tienen un accidente quedándose solos en medio del gran desierto de California. Pero no están solos.
Veintinueve años después y con más de trece millones de presupuesto que entonces, Alexandre Aja nos presenta su remake de la película homónima de Wes Craven, coincidiendo con gran parte del equipo que trabajó a sus órdenes en “Alta Tensión” (2004).
El paralelismo entre ambas es más que innegable: en los dos casos han tenido problemas con la censura – la de Craven se censuró en Argentina, Australia, Finlandia, Inglaterra (clasificada como X) y Estados unidos; y en la de Aja se vieron obligados a cortar dos minutos del montaje original para burlar la clasificación “R” en Estados Unidos-, ambos directores tienen una respetada reputación en esto de las películas de terror, en las dos cintas el reparto no es de figuras principales y , por último, las dos películas están basadas en la familia Sawney Bean -que actuaban como caníbales en la Escocia del S. XVII.
La principal diferencia radica en el motivo subyacente de todo el argumento: Craven – dejando más a la imaginación del espectador- no nos indica quienes son esos seres que atacan a la familia de viajeros, qué hacen en el desierto, y porqué matan; la versión “mejorada” explica estas incógnitas con la justificación de las mutaciones genéticas debidas a las pruebas nucleares realizadas por el gobierno estadounidense en los años 50 y que nunca fueron públicamente reconocidas.
Una película cuyo comienzo nos recuerda irremediablemente a “La matanza de Texas” y con los típicos tópicos de las películas de terror: rubia atractiva que cual Teniente O´Neill resurge de su ñoñería conviertiéndose en una auténtica guerrera en lucha contra las criaturas mutantes; desvíos en carreteras secundarias que deparan el encuentro con seres deformes, patriotismo latente – con bandera de Estados Unidos incluída-, dominio absoluto de las armas – aún por el “demócrata” del grupo, en contra de las proezas armamentísticas- etc. Una película con sus incongruencias – ¿ cómo es posible que la familia de deformes, que lleva más de 50 años alejada de la civilización, tenga ese perfecto dominio del lenguaje, por mucha televisión en blanco y negro que tengan en su casa?-, sus exageraciones – matan a todos los transeuntes que, despistados, se atreven a pasar por sus dominios como venganza por los experimentos del gobierno, achacándoles toda la responsabilidad por lo que antaño les ocurriera- y sus fáciles golpes efectistas.
No discuto el acierto – o no – de los remakes a los que últimamente asistimos atónitos en las pantallas, pero lo cierto es que la película original de Craven, – película de culto para los doctos en la materia- lo de los seres deformes que atacan sin ton ni son sedientos de sangre, podria dejar sin aliento al más pintado; pero en los tiempos en los que estamos, es un terror demasiado barato para la inteligencia del espectador.
“Las colinas tienen ojos” es una película bipolar, como tantas de su género, con familia buena rigiendo el día; y familia de monstruos dominando la noche. Una película que, en determinados planos y con determinadas líneas del diálogo, lejos de provocar pánico, produce una leve sonrisa incrédula en el espectador.
El género de terror está algo denostado en los tiempos que corren, quedando relegado en muchos casos a quinceañeros y personajes algo más dispares que los primeros; y ciertamente no ayuda este tipo de argumentos para reconocer la valía de un género que sin lugar a dudas podría estar a la altura de los grandes.
Cristina Gómez
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