LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO (2005)
Dirección: Wim Wenders.
Intérpretes: Sam Shepard, Jessica Lange, Gabriel Mann, Tim Roth.
Howard Spence (Sam Shepard) es una rutilante, y ya decadente, estrella
cinematográfica de westerns que, un buen día, en medio de un rodaje,
decide hacer una escapadita.
La fuga le llevará primero a casa de su madre (Eva Marie Saint), y más
tarde, a visitar a una de las muchas mujeres de su vida, Doreen (Jessica
Lange).
Wim Wenders, al igual que el sumo sacerdote “dogmático” Von Trier,
Vinterberg o Altman, es uno de los especialistas en exponer retratos
estadounidenses, que han sido extraídos de detrás de la cortinilla que tapa
lo que no se ve del sempiterno sueño americano.
En esta ocasión, Wenders, ayudado en el guión y en la interpretación por
su “amigo americano”, Sam Shepard, vuelve al árido escenario de “París,
Texas” (1984) para presentarnos a otro individuo a la deriva, un dechado
de “virtudes” en su vida personal (sexo, drogas y juego, entre sus
aficiones), que en su trayecto “on the road”, hace un minucioso examen de
conciencia.
Y será, precisamente, el encuentro con tres mujeres, Saint, Lange y Polley,
(madre, amante e hija, respectivamente) lo que haga enderezar el sendero
torcido que guiaba a nuestro ya maduro cowboy.
A propósito, qué sello personal el de las dos primeras féminas, ilustres
damas del celuloide, sin desmerecer, en absoluto, a la musa de Coixet.
Jessica Lange está sencillamente magistral en su papel de madre soltera
que tiene que afrontar ante su hijo, la cruda verdad del padre huido,
consiguiendo en un callejón de servicio la mejor secuencia de la película.
Y Eva Marie Saint, quién la ha visto y quién la ve, de pareja de Grant y
Brando, a experimentada e irónica madre del vástago calavera que va a
visitarla de pascuas a ramos.
“Llamando a las puertas del cielo”, al igual que “Flores rotas” (2005), es un
relato más en el que un sujeto ya entrado en años, se sumerge en un
proceso de arrepentimiento-contrición-conversión que, como suele
acontecer, llegará demasiado tarde.
Alberto Alcázar
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