LOS CONDENADOS NO LLORAN (1950)
Dirección: Vincent Sherman.
Intérpretes: Joan Crawford, David Brian, Kent Smith, Steve Cochran.
Ethel Whitehead (Joan Crawford), madre de familia humilde, ve transcurrir
sus días con más penurias que alegrías.
Un desgraciado accidente de su hijo le hará plantearse la búsqueda de una
nueva manera de vivir que le pueda proporcionar más satisfacciones, aún a
costa de su propia moral.
El nombre de Vincent Sherman, por esas cosas del destino, no es de los que
han quedado ubicados en el firmamento cinematográfico acompañando a los más
grandes.
Sin embargo, a este director estadounidense nacido en la Vienna de Georgia,
hay que reconocerle los brillantes trabajos que logró culminar en su
fructífera carrera.
“Los condenados no lloran”, cine negro con tintes melodramáticos, es una de
las obras de Sherman que realmente merece la pena.
Prologada con la investigación de un asesinato y desarrollando un largo
flash back, el guión, escrito de forma brillante por Harold Medford y Jerome
Weidman, trata de plasmar la vida real del hombre de turbios negocios, Bugsy
Siegel y su compañera Virginia Hill.
Aunque “Los condenados no lloran” sirviera de lucimiento a ese pedazo de
actriz que era Joan Crawford (volvería a repetir con Sherman en “La
envidiosa” (1950) y en “Goodbye, my fancy” (1951)), sus acompañantes
masculinos lograron estar a la altura de las circunstancias.
En este sentido, David Brian, Kent Smith y un Steve Cochran que venía de
rodar con Raoul Walsh, “Al rojo vivo”, demuestran que también ellos deberían
incluirse en la restringida nómina de mitos del celuloide.
Pero si algo habría que destacar de este gran título de Sherman son los
diálogos ágiles, explosivos y secos, con discursos como el que lanza
Crawford a Smith en una de las secuencias clave: “Sé cómo te sientes. Eres
un buen tipo. Pero el mundo no es para los buenos tipos. Debes pegar, patear
y abrirte paso a golpes. Porque nadie va a echarte una mano. Tienes que
hacerlo tú mismo. Porque a nadie le importamos, salvo a nosotros mismos.”
El semblante del pusilánime Marty Blackford ante semejante declaración de
intenciones es todo un poema.
Alberto Alcázar
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