• Por Antonio Méndez


Dirección: Milos Forman.
Intérpretes: Stellan Skarsgard, Javier Bardem, Natalie Portman, José Luis Gómez.

Con guión de Jean-Claude Carrière (“El Regreso De Martín Guerre”, “El Fantasma De La Libertad”) y Milos Forman (“Pedro, El Negro”, “Los Amores De Una Rubia”).

Año 1792. Francisco de Goya (Stellan Skarsgard) es uno de los grandes artistas de un período convulso a nivel político. Una de sus musas, Inés (Natalie Portman), será acusada de herejía por la Inquisición. El hermano Lorenzo (Javier Bardem) es uno de sus más importantes miembros.

En diversas ocasiones se ha enfrentado Milos Forman al retrato de épocas y/o personajes históricos, sea adaptando a Choderlos de Laclos o a Doctorow, sea remedando con canciones el hippiesmo de finales de los 60 y comienzos de los 70, o celebrando con histrionismo y boato las vivencias del compositor Wolfgang “Amadeus” Mozart.

En “Los Fantasmas De Goya” y con la pretensión autobombástica de “mostrar la verdad”, se sirve del genial pintor que singulariza el título del film para, a través de su personaje, exponernos actitudes y cambios en ideologías, poderes e influencias.

El magnífico e influyente artista, que tanto retrataba con singularidad psicológica a los monarcas y nobles, como reflejaba con viveza y colorido el costumbrismo social del pueblo, o manifestaba en sus negruzcos grabados el aspecto más sombrío del ser humano, actúa básicamente como testigo de la temporalidad que desarrolla el film, con lugar para los procederes censores de la Inquisición, o la impronta napoleónica en España tras la revolución francesa que generó ilusiones primeras pero acabó desislustrándose de los orígenes intelectuales de pensadores libres e independientes de la talla de Voltaire.

Utiliza el autor checo un risible vínculo de etapas con la ligazón entre el personaje interpretado por Javier Bardem, quien con giro de principios cuasi saulista pasa de endurecer los procederes de Inquisición con voz nasal semiaflautada, muy artificiosa (con lo que pierde credibilidad el personaje), a defensor buenista-interesado de los fundamentos revolucionarios galos, y los personajes de Natalie Portman, en una actuación dual que le lleva a ser víctima cercana a la enajenación de la tortura inquisidora, y más tarde su propia hija con un añadido de protuberancia dental.

Esta relación, base de la perspectiva elemental y forzada de la historia en cuanto a la valoración de las instituciones y personalidades mostradas, no deja de resultar obvia cuando no ridícula, además de que no sabe eludir el morbo facilón y previsible en la primera etapa de Bardem como inquisidor en rezo compartido-acariñado con Portman.

Sí que resulta valiosa la participación de Stellan Skarsgard como Goya, dotando de matices, dentro del esquematismo general, las valoraciones de su complejo contexto sociopolitico, a la par que muestra sutilezas de comportamiento en las diversas interacción con los distintos niveles estamentales.

También expone puntualmente datos conocidos de su personalidad artística y personal, como la sordera, la iluminación con velas en el sombrero, o el cobro adicional por la pintura de manos en los retratos.

En conjunto la película oferta asuntos muy manidos a los que Forman no aporta demasiado, con un escaso muestrario social y un consciente concepto austero en un reflejo histórico lleno de lugares comunes. El abordamiento de personajes y situaciones se mueve entre el artificio y la diatriba, el sermón y el tópico, cuando no el sensacionalismo y la dispersión temática.

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Stellan Skarsgard
Javier Bardem
Natalie Portman
Unax Ugalde
Blanca Portillo


Algo sobrenatural sucede cuando Milos Forman está detrás de la cámara.

De repente, el espectador se siente como la protagonista de La Rosa Púrpura de El Cairo y es que, cuando él dirige, las barreras técnicas que separan la realidad de la ficción, la pantalla del patio de butacas, desaparecen. En ese momento, ya no es extraño asentir con la cabeza ante el discurso revolucionario de Javier Bardem, devolver una sonrisa a Stellan Skarsgard de manera instintiva, ni tampoco que ésta se hiele en los labios al mirar a los ojos de Natalie Portman.

En realidad, no es necesario ser puesto “a cuestión” para firmar y afirmar que en la difícil tarea de transmitir, el cineasta checo no tiene rival.

Los Fantasmas de Goya es una historia de la Historia, que bien podría haber sido escogida al azar, en la que el fanatismo religioso y la tiranía de los gobernantes políticos propician la intervención militar de vecinos (o no vecinos) invasores que, en nombre de la Libertad (salvoconducto atractivo y recurrente), cometen todo tipo de atropellos y de barbaries contra la población. Sucedió en España, y allí estaba el pintor del rey para inmortalizar los hechos; pero, como bien dice el director, los horrores de la Historia se repiten, por lo que es posible que este argumento no convenza en los Estados Juntitos de América.

En cualquier caso, nos hallamos ante una de esas joyas que resisten todos los análisis de gemología.

Las virtudes técnicas de esta película son innumerables e inmejorables, la composición de los planos resulta espectacular, la belleza estética es, francamente, impresionante. Sin necesidad de recurrir a efectismos de cámara, se ha sabido cuidar hasta el detalle más insignificante en cada escena.

Se aprecia la clara herencia del manierismo pictórico de Stanley Kubrick, y su obsesión por el mimo desmedido de la iluminación, ambientaciones, vestuarios y decorados.

Los movimientos de cámara de Milos Forman siguen siendo austeros, y las “sacudidas” a las que nos tiene acostumbrados, sobrecogedoras. La fotografía es excelente, el montaje excepcional.

Pero, quizás, el mayor atractivo de este metraje se encuentre en la dirección de actores, en sus interpretaciones memorables, que configuran secuencias inolvidables. Los ojos de Natalie, la sonrisa de Goya, los aspectos reprobables en la personalidad del genio, el extraordinario retrato de personajes, situaciones y conductas.

Es importante indicar que todos y cada uno de estos papeles rozan la perfección, que incluso Martínez de Irujo resulta creíble y su esposa, una madrileña castiza. Sin embargo, sigo sin encontrar los adjetivos adecuados para calificar la actuación de la Srta. Portman en su triple registro; y es que me temo que todos los halagos de la lengua castellana se declaran insuficientes para hacerle justicia. Por otra parte, no dudo de que quien sí se pondrá las pilas a partir de este momento será “la fotocopia”, su eterna imitadora, Keira Knightley, sin ser consciente de que el listón ya le queda demasiado alto.

Para la posteridad, quedan valiosas muestras de maestría, dignas de ser estudiadas en las escuelas de cine. El interrogatorio al que es sometida Inés de Bilbatúa; las conversaciones que mantiene el pintor con su musa, en las que cuesta descifrar si el protagonista es el sordo o su partenaire está muda; la traducción que se realiza de conceptos, efectivamente abstractos, como Liberté, Égalité y Fraternité; las revueltas populares, el caos más absoluto.

Por encima de sus inmensos aciertos, lo que más sorprende de esta cinta es que un director de otra nacionalidad haya percibido con tanta nitidez la esencia española, el espíritu burlón de un pueblo que sigue llamando “el etiqueta” al que muchos historiadores consideran el que pudo ser un buen monarca; y ¿por qué no decirlo? el captar esa tendencia ancestral de “putas”, de quienes siguen vendiendo sus servicios al mejor cliente. Claro que, en todos los casos, es motivo de agradecimiento que este episodio histórico haya sido contado de la manera en que se hace, dejando patente que este país fue objeto de un expolio sin precedentes.

En su último trabajo, Man On The Moon, se nos habló de alguien que hizo reír cuando él mismo no tenía sonrisa propia. En esta ocasión, se nos muestra a quienes se esfuerzan en aparentar normalidad cuando la estabilidad es inexistente, en un mundo que se desmorona, en una etapa en la que los patios de ejecución pública se sitúan junto al lugar en el que se bailan los pasodobles.

Demoledora, desgarradora, conmovedora, y con esos ojos…. Los Fantasmas de Goya es otra obra maestra de Milos Forman.

Marta Soria

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