MELINDA Y MELINDA (2004)
Director: Woody Allen.
Intérpretes: Radha Mitchell, Will Ferrell, Chloe Sevigny, Amanda Peet.
Con guión de Woody Allen (“Cassandra’s Dream”, “Vicky Cristina Barcelona”).
En una reunión de amigos se cuenta una historia desde dos vertientes, una dramática y otra cómica, las dos girando en torno a Melinda (Radha Mitchell), una mujer con problemas emocionales que busca refugio en sus conocidos. En una de ellas se cuenta su llegada a casa de su antigua amiga Laurel (Chloe Sevigny) y su esposo Lee (Johnny Lee Miller) cuando éstos están ofreciendo una cena a un adinerado productor para que Lee pueda conseguir el papel de actor, y en otra aparece de manera repentina en casa de sus vecinos, una cineasta independiente llamada Susan (Amanda Peet) y su marido el actor Hobie (Will Ferrell).
Tomando como referencia un único personaje femenino, Woody Allen escribió una película menor con dos historias pivotadas ambas en difíciles y tortuosas relaciones sentimentales, buscando similitud de situaciones y personajes en referencia a ese carácter central, con la diferencia de que una historia resulta enfocada desde un punto de vista dramático y otra se plantea como comedia romántica, en una alternancia ágil a nivel narrativo pero bastante escasa en los asuntos tratados, principalmente la relación matrimonial, la desorientación vital tras un fracaso emocional o la búsqueda y el encuentro amoroso.
Es decir, Woody bucea de manera ligera por un lado en sus influencias bergmanianas y literarias, especialmente teatrales, como Anton Chejov o Henrik Ibsen, y por otro en su pasión por el humor de los Hermanos Marx, la screwball comedy clásica o los films de Bob Hope, exhibiendo diferentes maneras de crear, de mirar una existencia siempre compuesta por momentos trágicos y cómicos, inseparables en la esencia de cualquier vida, siendo lo principal el hecho mismo de vivirla.
El resultado, predecible, de poca chicha más allá de las convenciones típicas de estos relatos, cierta mezcolanza en los tonos en ambas historias, e inmersión en el aburguesado ambiente alleniano de intelectualidad neyorquina, depara un conjunto exiguo en momentos de altura dramática con situaciones manidas y un tanto forzadas, y también parca también en comicidad a pesar de los gestos y esfuerzos de Will Ferrell, haciendo de Woody Allen, por aportar los rasgos más humorísticos de la película, y de algunos momentos brillantes en los diálogos del autor neoyorquino. Lamentablemente y en general “Melinda y Melinda” no consigue despegar en demasía en ningún aspecto, aunque las interpretaciones, como siempre en Woody Allen, resultan más que correctas para intentar lograr su objetivo de interesar al espectador.
Exquisito, como siempre, el acompañamiento musical del film, con excelente música jazz y música clásica, y agradable la breve aparición de escenas de la película de la Universal “Satanás (The Black Cat)”, protagonizada por Boris Karloff y Bela Lugosi.
Fichas En ElCriticón-AlohaCriticón
Dos amigos escritores han quedado para cenar. Uno de los comensales cuenta
una anécdota protagonizada por una mujer desarraigada llamada Melinda. La
lectura trágica y existencial de los hechos propuestos, y la cómica, se
suceden. La película, a partir de ese momento, discurre en montaje paralelo
presentando alternativamente los dos tratamientos aparentemente antagónicos,
pero que son esencialmente complementarios.
Como el suave crujir de las hojas que anuncia el cambio de estación nos
llega la película otoñal de Woody Allen. Todo un rito ancestral, los
inconfundibles títulos de crédito, el Jazz New Orleans que suena de fondo,
los temas y obsesiones recurrentes del cineasta neoyorquino: la identidad,
la intimidad, la infidelidad, los celos, la incomunicación. Siempre resulta
agradable acudir a la cita anual con Woody Allen, aunque últimamente su
trayectoria haya sido algo irregular. Desde “Desmontando a Harry”, el genio de
Manhattan no había logrado recobrar el pulso narrativo. Erráticas,
autocomplacientes, sus últimas películas lograban emocionar, y no
exclusivamente a sus incondicionales, porque es un autor con una camaleónica
capacidad de reinventarse. La carrera de Woody Allen se deslizaba ya hacia
un registro indefinido, reconocible, porque él siempre se filma a sí mismo,
pero carente de la pujanza de antaño. Algunos lo interpretaban como una
apuesta acomodaticia, un descanso del guerrero y sin embargo, cómo conciliar
esta lectura con la intensa causticidad de la muy notable “Un final made in
Hollywood”. Cierto es que hasta “Melinda y Melinda” han pasado varios años sin
que pudiésemos sentir un reencuentro, siquiera parcial, con un gran Woody
Allen, pero cada nueva película era la promesa de lo que habría de venir.
Nada que objetar a “Melinda y Melinda”, un planteamiento engañosamente
sencillo en el que se abandona la diferenciación de líneas narrativas a
través del ritmo de montaje que exploró Allen con éxito en el pasado. Este
film se construye en torno a una premisa elemental, la eterna dualidad entre
el sentimiento trágico de la existencia y la comicidad que subyace a todo
acontecimiento vital. Ambos se funden y confunden en nuestras vidas, pero
mientras que una perspectiva conduce al pesimismo, la otra rezuma cinismo.
Lejos de hacer un ejercicio académico y apartándose conscientemente de sus
modelos teatrales, deja que la vida arrastre a unos y otros, personajes y
autores. Y la dualidad, recurrente en el cine, se desdibuja en el mar de
contradicciones cotidianas en un cruce de personajes magníficamente
orquestado.
Allen firma una obra coral poblada por hombres y mujeres de éxito, judías,
cultivadas, desesperadamente neuróticas que pretenden poner un poco de amor
en sus vidas, cada vez más complicadas. Radha Mitchell afronta con entereza
el reto interpretativo de escenificar a las dos Melindas, la divertida y la
depresiva. Es muy curiosa la diferente puesta en escena empleada para cada
fragmento del relato, opuestas hasta en la partitura. Allen plantea el
reparto de actores y personajes más consistente de los últimos tiempos, con
el singular acierto de Will Ferrell, un actor que puede sustituirle sin
imitarle. La escena en la que el hombre descubre a su mujer en la cama con
otro presenta en este film un giro inesperado, demostrando que aún puede
darle una vuelta de tuerca a la secuencia más previsible.
No se trata en ningún caso de una renuncia, ni de una exploración de viejos
aciertos, Melinda y Melinda contiene todas sus señas de identidad. Hace
tiempo que no lograba un encaje tan equilibrado entre su innegable tendencia
a la tragedia, su voyeurismo recalcitrante y la observación inquisitiva del
absurdo cotidiano, diseccionando a sus personajes con la gratitud y el amor
de quien se sabe vivo sin remedio. Sin llegar a las cotas alcanzadas con
“Manhattan”, se adivinan ecos de “Hannah y sus hermanas”, de “Misterioso
asesinato en Manhattan”, o de “Delitos y faltas”.
José A. Tindón
Fichas En ElCriticón-AlohaCriticón