MI NOMBRE ES BACH (2003)
Dirección: Dominique de Rivaz.
Intérpretes: Vadim Glowna, Jürgen Vogel, Anatole Taubman, Paul Herwig.
Leipzig, 1747. Johann Sebastian Bach (Vadim Glowna) es tratado de
cataratas por el curandero inglés John Taylor, el mismo que atendería con
el mismo resultado al también afamado, George Frideric Händel.
Por aquel entonces, Bach haría un alto en sus tratamientos para
trasladarse a Postdam junto a su primogénito, Wilhelm Friedemann (Anatole
Taubman), con el fin de visitar a su segundo hijo, Carl Philipp Emanuel (Paul
Herwig), quien estaba trabajando a las órdenes de Federico II de Prusia
(Jürgen Vogel).
“Mi nombre es Bach”, a diferencia de “Sinfonía fantástica” (1941),
o “Johann Strauss, rey sin corona” (1986), no es, en esencia, un biopic;
sino que se trata del reflejo de un episodio histórico que reunió a dos
personalidades fundamentales en el devenir político y musical del siglo
XVIII: Federico II “el Grande” y Johann Sebastian Bach, respectivamente.
Precisamente, el título que encabeza la película, es el saludo informal que
un Bach, de vuelta de todo, dirige a un sorprendido monarca.
Un rey que cargó toda su vida con la sombra alargada de su padre, quien
desconfiaba de su descendiente para dirigir a su pueblo por ser más
proclive a la cultura que a la milicia; o bien, por inclinarse hacia unas
amistades ambiguas (la tentativa de fuga y posterior ejecución del capitán
Katte), más que a un orden clásico familiar.
Por el otro lado, el inmortal músico alemán. Un compositor que lo ya lo
había demostrado todo, pero que aún así es retado por Federico II; saliendo
aquél airoso del trance y regalándole la famosa pieza “Ofrenda musical”.
En este sentido, cabría mencionar lo publicado a este respecto por Douglas
Hofstadter, experto en inteligencia artificial, que afirmó que improvisar una
fuga de seis partes, equivaldría a jugar simultáneamente seis partidas de
ajedrez sin mirar al tablero y ganarlas todas.
Dominique de Rivaz dirige de forma eficiente el filme, siguiendo el solvente
guión escrito por él mismo, Jean-Luc Bourgeois y Leo Raat; apoyándose en
un correcto trabajo de los intérpretes y en una brillante dirección artística.
“Mi nombre es Bach” es un producto muy interesante a efectos didácticos,
sobre todo, para adentrarse en la época barroca y en la trascendental
Ilustración.
Simplemente por apreciar en el epílogo la recreación del cruce de miradas
de esos dos monstruos geniales que eran: Bach y Françoise Arouet, más
conocido por Voltaire, merece la pena echar un vistazo a esta poco
aireada cinta.
Alberto Alcázar