SENTENCIA DE MUERTE (2004)
Dirección: Bille August.
Intérpretes: Connie Nielsen, Aidan Quinn, Kelly Preston, Mark Holton.
Desde hace siete años, Charlotte Cory (Connie Nielsen) está esperando en
el corredor de la muerte a que una inyección letal acabe con su vida. Su
delito: estar implicada en el secuestro y asesinato de la hija de un afamado
deportista.
La única persona en la que confía es Frank Walsh (Aidan Quinn), con quien
se cartea por ser, en un pasado, compañero de su padre en el ejército.
Charlotte, sin embargo, desconoce la doble moral de Frank.
Basada en la historia real de un siniestro personaje que se ha dedicado a
hacer granjería de los sentimientos de los reos que van a pasar por el
patíbulo, Bille August nos presenta un retrato, en forma de thriller, del
siempre cinematográfico castigo penal en los Estados Unidos.
“Sentencia de muerte”, cuyo título en su versión original, “Return to
sender”, habrá hecho estremecerse en su tumba al mismísimo Elvis
Presley, es el último trabajo de August, de quien no se sabía prácticamente
nada desde que adaptó todo un clásico, la prescindible “Los miserables”
(1998).
Para desarrollar el relato, August ha contado con la colaboración de Neal
Purvis y Robert Blade, guionistas de las últimas aventuras de James Bond
(“El mundo nunca es suficiente” (1999) y “Muere otro día” (2002)), y eso
se ha notado en el resultado final.
En la trama que se nos ofrece encontramos a Connie Nielsen, una
sentenciada que, realmente, no se halla tan desesperada como la Susan
Hayward de “Quiero vivir” (1958); a Aidan Quinn, un abogado que cayó en
el abismo y que se ha aferrado al lucrativo negocio del morbo, pero cuya
redención no se puede equiparar a la de Paul Newman en “Veredicto final”
(1982); e incluso no falta la presencia de un policía que sueña con emular
a Lovecraft, Poe o Stephen King, mientras hace sus correspondientes
guardias.
Para sueños el de Aidan Quinn en una de las secuencias de la película:
quien pensara que en el cine estaba todo dicho en cuanto a coyundas se
refiere, que le eche una ojeada al vis a vis onírico con la Nielsen.
No, este no es el August de la ternura desbordada de “Pelle, el
conquistador” (1987), de la bergmaniana “Las mejores intenciones” (1992),
o de la logradísima “Jerusalén” (1996).
Bille, no te pierdas y vuelve a tus orígenes.
Alberto Alcázar
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