UNA PASIÓN SINGULAR (2002)
Director: Antonio Gonzalo.
Intérpretes: Daniel Freire, Marisol Membrillo, Juan Diego, María Galiana.
Mes de agosto del año 1936. Blas Infante (Daniel Freire), en un doloroso peregrinaje de prisión en prisión y siempre al borde de la muerte, va rememorando diversas imágenes que cruzan su mente, reconstruyendo su situación y retomando imágenes del pasado.
No es frecuente en el cine español el cultivo de un subgénero como el del drama
biográfico, y contadas son las muestras del mismo con que podemos encontrarnos:
siendo ya ése motivo más que suficiente para congratularse por una iniciativa
como ésta, hemos de sumar al mismo el hecho de que con esta biografía del
político considerado padre del andalucismo, Blas Infante, que es “Una pasión
singular”, nos hallamos ante una película de un nivel aceptable, bien planteada y
bien resuelta, hasta el punto de que se llega a olvidar el fuerte componente
institucional –la participación, vía patrocinio y subvención, de diversas
instancias públicas vinculadas a la Junta de Andalucía- que se halla en el
origen de la misma, para terminar por disfrutar, sin mayores condicionantes, de
una propuesta convencional más de corte comercial, cuajada a base de oficio y
competencia.
La historia que nos cuenta Antonio Gonzalo desarrolla, a base de un montaje en
paralelo, por un lado, el episodio postrero de la vida de Infante (su
fusilamiento en los albores de la infausta e incivil guerra que tuvo inicio en
1936, a pesar de los ímprobos esfuerzos de su esposa y amigos para librarlo de
tan cruel fin), narrado en una progresión dramática que consigue ir elevando la
angustia de manera gradual –pese a que tengamos constancia clara de cuál va a
ser su final, la tensión se hace vívida e intensa para el espectador mínimamente
sensible-, y, por otro, al hilo de los recuerdos del protagonista en ese
momento, y a través de un flash-back integral (de hecho, arranca en su
infancia), los momentos más significativos de su vida, centrándose en los hitos
políticos, aunque sin desdeñar tampoco los aspectos atinentes a su vida afectiva
y familiar, que vienen a dar una especie de contrapunto a lo que, de otro modo,
constituiría un relato demasiado arduo y poco atractivo (no es tarea fácil la de
trasponer al lenguaje cinematográfico un auténtico cursillo resumido de doctrina
política y, aunque en ocasiones apuntan ciertos excesos discursivos, la
solvencia profesional de Gonzalo la salva con suficiencia).
Sin entrar en valoraciones sobre su mayor o menor fidelidad histórica –hasta qué
punto el retrato de su personaje central es más o menos fidedigno requeriría un
conocimiento de la biografía de éste del cual carezco-, lo cierto es que,
gracias a la agilidad narrativa que le permite la estructura antes apuntada, y
al buen ritmo con que se desarrolla la trama (ni demasiado lento ni
excesivamente acelerado), el empeño termina llegando a buen puerto, sin caer de
lleno en algunos de los peligros que le acechaban de manera más evidente, aunque
haya pasajes concretos en que sí incurra en algunos de tales deslices: el exceso
“literalista” en los diálogos (más achacable a algún personaje en particular que
observable como tendencia generalizada en el diseño de éstos), o un excesivo
“aggionarmiento” hagiográfico de Blas Infante –es innegable que el tono general,
en cuanto a su valoración y apreciación morales, es bastante positivo, y que no
se llegan a adivinar zonas oscuras muy acusadas en el relato, pero tampoco se
cargan las tintas con el ánimo de nimbar su figura con una aureola exagerada-.
También contribuye sobremanera a que el resultado final sea digno, un trabajo
interpretativo que, en líneas generales, y salvo alguna excepción puntual, se
puede calificar de bueno. A la labor del argentino Daniel Freire, sobre el cual,
obviamente, recae el mayor peso, y con diferencia, de la función, da réplica
bastante atinada un conjunto de intérpretes que nos brinda, además de la
presencia de alguna figura habitual en los repartos “nacionales” (es el caso del
veteranísimo Juan Diego, que se limita a cubrir una auténtica faena de aliño, o
del magnífico característico que es Manuel Morón –aunque su papel no tiene el
peso que la importancia del personaje, probablemente, hubiera requerido-), la
ocasión de contemplar a toda una pléyade de jóvenes artistas andaluces que,
habituales de otros medios (en especial, el televisivo), lucha por hacerse un
hueco en este convulso mundillo, y entre los cuales habría que destacar –y no
sólo por su condición protagónica, en el papel de esposa de Infante- a la
cordobesa Marisol Membrillo, una actriz que da apuntes y suelta destellos de una
capacidad más que sobrada y que la habilita ya plenamente para “dar el salto” a
una mayor continuidad de presencia en las pantallas, así como a producciones de
más empaque, y a cuya evolución, en un futuro inminente, habrá que estar muy
atentos.
En definitiva, nos encontramos ante un producto que, al igual que la pasión de
su título, no deja de resultar ciertamente singular, y respecto al cual sólo
cabría lamentar su escasa difusión, vía distribución comercial en las salas
cinematográficas: una auténtica lástima que producciones de este corte se vean
condenadas a los circuitos institucionales desde los que surgen como
iniciativas, cuando –como así sucede en este caso, aunque haya de entenderse que
no es la moneda más común- no estamos ante un artilugio propagandístico, sino
ante una película que, aun lejos de constituir una obra maestra, o de calidad
excepcional, sí que es una producción digna e interesante.Manuel Márquez