Dirección: Ridley Scott.
Intérpretes: Russell Crowe, Cate Blanchett, William Hurt, Matthew Macfadyen.
Guión de Brian Helgeland (“Destino De Caballero”, “Payback”), Ethan Reiff (“Kung Fu Panda”, “El Monje”) y Cyrus Voris (“Kung Fu Panda”, “El Monje”). Con producción de Russell Crowe.
Sinopsis
Inglaterra, siglo XII.
Robin Hood (Russell Crowe) es un arquero al servicio del rey Ricardo Corazón de León (Danny Huston). Cuando fallece el monarca, Robin se traslada a Nottingham, ciudad regida por un sheriff corrupto (Matthew Macfadyen) en donde el arquero conoce a Lady Marian (Cate Blanchett), una atractiva viuda de la que se enamora.
Crítica
El personaje legendario de Robin Hood ha conocido muchas versiones a lo largo de la historia del cine… Errol Flynn, Sean Connery, Douglas Fairbanks, Kevin Costner, Cary Elwes, Patrick Bergin… ¿Interesaba una nueva perspectiva sobre Robin Hood en los tiempos que corren? Para este que escribe poco. O nada. Y menos cuando a la media hora de metraje Russell Crowe se muestra más como un flemático fuste estelar para una perorata histórica que como un héroe con matices emocionales que provoque empatía dentro de una épica aventura medieval.
Dirigida por Ridley Scott, un director cuyo interés ha menguado progresivamente tras su plausible comienzo en la parte final de los años 70 e inicios de los 80, la película intenta ser compleja en la recreación político-social de la época pero se maneja con un tratamiento superfluo sobre cuestiones de rebeldía ante una injusticia social y sobre actitudes despóticas de poder que generan tal rebelión.
El film visualmente podrá gustar a algunos, pero no deja de encadenar de forma cansina las escenas de spot habituales de su director con paisajes de tarjeta postal, derivativas escenas de batalla y énfasis egocéntricos en liderazgos populares con ecos de “Braveheart”.
En cuanto a su aspecto histórico, mezcla el anacronismo con el esquematismo en un conjunto previsible y poco excitante, en donde sobra la apostura extemporánea y se echa de menos la vitalidad, el humor y la despreocupación que aportaron en su día Errol Flynn, William Keighley y Michael Curtiz.
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