• Por AlohaCriticón

fresa y chocolate cartel critica

FRESA Y CHOCOLATE (1994)

Dirección: Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío.

Intérpretes: Jorge Perugorría, Vladimir Cruz, Mirta Ibarra, Francisco Gattorno.

La Habana. Un artista católico homosexual llamado Diego (Jorge Perugorría), crítico con el gobierno de Castro, conoce en un parque a David (Vlamidir Cruz), un estudiante homófobo de férreas ideas comunistas que ha sido abandonado por su novia.

La fructífera colaboración del cine latinoamericano con productoras y televisiones del viejo continente, tendrá una de sus máximas recompensas en la recuperación, ya en su vejez, del antiguo militante castrista Tomás Gutiérrez Alea. Dedicado toda su carrera a un cine político, restringido a un segmento muy reducido, como ocurre con el cine de propaganda, sea de la Unión Soviética o del Tercer Reich, ahora en sus dos últimas películas, –que debido a su edad y precaria salud, deberá co-dirigir con Juan Carlos Tabío–, predomina un estilo conciliador, y en clave de comedia costumbrista (es un director muy influenciado por el neorrealismo), trata de ofrecer el rostro más amable de su Cuba comunista, poniendo énfasis en los desajustes sociales derivados de las posturas más sectarias y dogmáticas.

Para evidenciar esta pluralidad, común en cualquier tipo de sociedad, hace coincidir un joven militante adoctrinado en las más rígidas normas del partido, con un artista homosexual, católico y, sin dejar sus convicciones sociales, abierto a la libertad del individuo, por encima de consignas partidistas.

En una sucesión de equivocas situaciones, Gutierrez Alea describe la vida “real” de un pueblo cubano, que está condenado a convivir con la escasez, en parte debido al bloqueo comercial de sus enemigos acérrimos, los Estados Unidos. La picaresca, las relaciones espontáneas, la amistad, bien sea con gays, prostitutas o traficantes, acabarán superando las férreas consignas del partido único.

Lejos de constituir una denuncia a las prácticas dictatoriales del régimen, la película acaba resultando una propaganda sobre las bondades del sistema, por el método que tantas veces ha recurrido el viejo Hollywood, esto es, autodenunciar suavemente los defectos más evidentes, en un ejercicio de redención, en el que naturalmente se van a obviar los aspectos más espinosos y sangrantes.

La excelente realización del viejo realizador, una atractiva ambientación en la Habana antigua y un Jorge Perugorría en su mejor momento, hace que el film se vea con agrado, la atención se centre el la historia que nos cuentan y nos olvidemos del mar de fondo que acabará agitando las tensas aguas caribeñas.

Ángel Lapresta