Dirección: Sergio Castellitto.
Intérpretes: Sergio Castellitto, Penélope Cruz, Claudia Gerini, Angela Finocchiaro.
Atención: Contiene Spoiler
Timoteo (Sergio Castellito) es un prestigioso cirujano que trabaja en un hospital en el cual su hija está siendo operada a vida o muerte tras un grave accidente.
En estos difíciles momentos rememora su terrible secreto: una relación con Italia (Penélope Cruz), desamparada y humilde prostituta de los suburbios romanos con quien mantuvo una historia de pasión llena de dramatismo.
El cine italiano apenas llega a nuestras carteleras, lo cual supone una decepción, no sólo porque la diversidad en las ofertas cinematográficas enrique la cultura fílmica, sino porque el cine italiano supone un pilar fundamental en la formación del séptimo arte, tanto en sus propuestas narrativas como argumentales.
Y no sólo por la escuela neorrealista, sino por su capacidad para la comedia y el melodrama, quizás los géneros más representativos de su industria.
De hecho, las últimas aportaciones del cine con mayor proyección internacional La vida es bella (La vita è bella, Roberto Benigni, 1997) y La habitación del hijo (La stanza del figlio, Nanni Moretti, 2001) pertenecen ambas al género melodramático.
Desconozco la filmografía de Sergio Castellitto, aunque he podido averiguar que es un gran actor, pues su composición del personaje de Timoteo, el protagonista, es sólida y convincente, aunque no tanto su labor como director.
El film pretende mostrar la vida apática, aburrida y cínica de un burgués de clase media italiana, el cual empieza a recordar su aventura sexual con una pobre chica de una barriada marginal a raíz del accidente de su propia hija.
No estamos ante una propuesta de cine social o al menos realista, sino ante un melodrama en el que la historia gira en torno a la pasión amorosa y a la debilidad moral de sus dos personajes protagonistas.
Hasta aquí el argumento es el de una nueva revisión del eterno conflicto romántico entre el amor verdadero y sincero que une a dos personas de distinta clase social y aspiraciones, pero que se enfrentan a la realidad de un mundo dominado por las convenciones sociales y las apariencias.
Precisamente, la película no aporta nada nuevo a este argumento, y es ése su punto negativo, pues la convierte en un relato fallido, incapaz de transmitir esa pasión y ese condicionamiento social.
La culpa parece provenir de un guión demasiado pretencioso en sus intenciones, pues en su afán por abarcar todas las historias que condicionan al protagonista termina por presentar una historia fragmentada, inestable y vacía.
Esto último se nota en el ambiguo tratamiento que hace de la relación entre el protagonista y su amante, Italia, una estupenda Penélope Cruz, algo perjudicada por el doblaje.
Todos sus encuentros son tratados con un exceso de abstracción y silencios, mostrando la dificultad para transmitir el verdadero amor que sienten los dos personajes, pues se trata de un artificio que esconde las carencias de un guión que no llega a caracterizar a los personajes, que los deja en meros transeúntes que apenas conocemos y que tampoco nos intensa conocer.
El director tampoco consigue suplir las carencias de este guión con una puesta en escena eficaz y al servicio de la historia.
Su preocupación es más simbólica que pasional; se distancia más de los personajes y sus emociones para pretender construir un mundo especial alrededor de ellos, mundo que no acabamos de comprender.
Si asistimos a un contraste interesante entre la mirada limpia que el director utiliza para mostrar la vida de Timoteo con su familia, frente a la premeditada opacidad de mundo que rodea a Italia, este recurso estilístico no transciende porque no va acompañado de una misma riqueza compositiva a la hora de explicar el drama que sufren los personajes.
Un ejemplo de esto último sería la escena de la violación de Italia por parte de Timoteo, donde la cámara se aleja como para indicarnos que, en realidad, no es importante lo que ocurre entre ellos sino el marco donde se produce la violación, pues el enfoque retrocede hasta enmarcar la casa de Italia en medio de las ruinas de una obra.
La puesta en escena es falsa por su afán de convertir todo en objeto, por su pretenciosa necesidad de realizar una historia simbólica a partir de todo aquello que rodea a los protagonistas: los zapatos rojos, el felpudo de la entrada a la casa de Italia, la pasión por las albóndigas caseras de Timoteo, la lluvia, el casco de la hija, y un largo etcétera.
Este simbolismo no funciona porque no establece conexión con lo humano.
Algunos de los personajes resultan, de esta manera, innecesarios, como es el caso del amigo médico de Timoteo o su mujer, que carece totalmente de sentido al desperdiciar la fuerza dramática que su presencia pudiera dar a la historia.
Resulta, por lo tanto, que la sensación de frialdad de la película proviene de una planificación minuciosa, artesanal y carente de intensidad.
Todo en ella denota artificio sin apenas capacidad de sugestión.
A esto ayuda la fotografía excesivamente luminosa y contrastad de Gianfilippo Corticelli, demasiado aséptica, aunque funciona bien en los interiores rodados en el hospital.
Por último, me gustaría hacer una breve mención a la banda sonora.
Me ha sorprendido que la película haya recibido galardones en este apartado, cuando su utilización forzada e innecesaria es una de las razones de la sensación de distanciamiento que sugiere la película.
Sergio Castellitto ha pretendido relatar una relación amorosa condenada al fracaso, una pasión destructiva más propia del cine negro pero tratada desde la óptica de un melodrama.
Esta pretenciosa originalidad de planteamiento no va acompañada de un estilo contundente y convincente, un estilo más preocupado por lo exterior que por lo interior de las personas.
Víctor Rivas Morente
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