• Por Antonio Méndez

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Cuando Denny Laine, uno de los principales sustentos de los primeros Moody Blues, dejó el grupo de Birmingham tras su álbum debut, el conjunto, con la incorporación del cantante Justin Hayward giró 180 grados coincidiendo con un contexto sonoro repleto de innovaciones y experimentación.
De un primer R&B con influencia de James Brown se pasó a la música psicoprogresiva con la psicodelia y el carácter conceptual dominando la escritura de una banda que grabó sus mejores discos en el período que va desde el año 1967 al año 1971.




El primero fue este “Days Of Future Passed” (1967), LP sensacional producido por Tony Clarke, pieza importante en el nuevo sonido de los Moody Blues, ya que produjo todos los trabajos más satisfactorios de un grupo que, influenciado por el “Sgt. Pepper’s” de los Beatles, añadió profusos arreglos orquestales, obra de Pete Knight y la London Festival Orchestra, y si el resultado final no es superior a la obra de los Fab Four, por lo menos está a su altura.

El álbum, una de las primeras obras conceptuales en la historia que mezclaba el rock y la música clásica, recorre en un progreso casi cinematográfico iniciado con claves e interludios de naturaleza clásica que se alternan con inmejorables piezas de pop psicodélico, un día entero, partiendo como es lógico desde el amanecer hasta la culminación del crepúsculo nocturno entonando su canción más conocida, la excelente “Nights In White Satin”.




El disco es sofisticado, opulento en instrumentación con hermosas texturas y melodías, múltiples y sorprendentes variaciones en tempos, voces en solitario o en armonías que subrayan la emocionalidad de la narrativa, arreglos de gran sensibilidad, gradaciones múltiples que van con poética de la melancolía a la alegría, hipnóticos desarrollos de tipo lisérgico…

Junto a “Nights in White Satin”, y en un disco que hay que escuchar de un tirón (aunque la apertura clásica y ciertos interludios pueda resultar de escasa querencia para los poco amantes de los sonidos orquestados) destacan joyas como “Another Morning”, pop psicodélico escrito por Ray Thomas con un irresistible ritmo festivo adornado por ensoñadoras voces y terminado con una coda orquestada en la que podría aparecer Fred Astaire bailando con Ginger Rogers, al igual que en los inicios de “Peak Hour”, tema de John Lodge que evoluciona tras el interludio hacia la lisergia con armonías vocales y ecos garajeros destacados por una imponente sección rítmica a lo Who.

Otra maravilla del disco es “Forever Afternoon”, el otro tema escrito, además de “Nights in White Satin”, por Hayward, con sonidos de mellotron, fenomenal interpretación vocal y un desarrollo melódico maravilloso; al igual que el apreciado en la preciosa balada acústica de John Lodge “Time to Get Away”, con una ejemplar combinación entre guitarra acústica, piano y sensible expresión vocal en falsete y armonías.




Mike Pinder nos regala un corte puramente psicodélico-oriental en “The Sunset”, con una percusión hechizante y una atmósfera propicia a la danza del vientre o al encantamiento de serpientes; mientras que el bajista Ray Thomas preludia “Nights in White Satin” con una de mis piezas favoritas del disco, “Twilight Time”, corte psicodélico con letárgica combinación de voces, tempo avivado, una lírica que construye un seductor escenario crepuscular y, por supuesto, como todo el álbum, una melodía fantástica.

A algunos este LP les puede sonar pretencioso, y quizá lo sea.
Pero ojalá todas las pretenciosidades artísticas fuesen como este magistral disco.

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