• Por AlohaCriticón

red crayola parable of arable landCrítica

Durante muchos años la construcción de los árboles genealógicos del rock ha cometido omisiones, algunas perdonables y otras definitivamente atroces. Se dice que la New Wave estadounidense proviene principalmente de la aparición de los Velvet Underground más ciertas influyentes bandas de garage.
Sin embargo, esta línea es incompleta.

¿Cómo podemos entender bandas como Television o Talking Heads sin oír Red Crayola?
Es más, ¿qué sucede con todas las derivaciones experimentales que un día se llamaron dark, al siguiente industrial y concluyeron embaucándonos con el post rock hace un par de años: toda esta tradición apologista del sonido como una fractura tiene en su ADN la pátina de Red Crayola, mítica banda que partió por allá 1966 y que aún sigue dando vueltas gracias a su incombustible líder Mayo Thompson.




Oriundos de Texas, una ciudad más acorde a las condenas a muerte y los pozos petrolíferos que al rock, Red Crayola -o Krayola- fue junto a los 13th Floor Elevators el número más extravagante contratado por Lelan Rogers, productor del sello International Artists, en los florecientes años de la psicodelia.

El sonido de Crayola en su disco debut “Parable of Arable Land” de 1967 está lejos de los actos más esperpénticos de la explosión psicodélica neoyorquina. Quizá se podría definir con los adjetivos estéticos acuñados treinta años después.



El álbum intercala episodios heterofónicos llamados free form freakout, compuestos del sinsentido y acumulación de sonidos discordantes producidos ora por una lata de sardinas ora por un pito de agua.

Entre estos disparates, aparecen canciones informes y laxas, en tonos menores y crepusculares, aderezadas con distorsiones, desafinaciones alevosas, alaridos, sonoridades enturbiadas y mininalistas; una voz nervioso y oscura, la de Thompson canta sobre todo ese amasijo insondable pero fascinante, -¿como se dice hoy lo-fi, noise, post-rock, new wave?




El caso de “Parable Of Arable Land” es el otra pieza renovadora, inaugural, que prosigue con el eterno agradecimiento a los sesenta y a los músicos verdaderos que desarrollaron una propuesta abrasadora que abrió un nuevo boquete en el mundo del rock.

Lo que para muchos fue la frialdad histérica de la New Wave neyoquina, la depresión malsana del dark, el espíritu improvisativo del supuesto post-rock y la saturación del noise, alguna vez partieron del mismo émbolo llamado Red Crayola.

Rodrigo Burgos Cartes

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