El día del gran atasco
Tina Jover Andrés

Aquel día treinta y uno de julio de mil novecientos sesenta y…tantos amaneció como todos los anteriores treinta y uno de julio en esta bendita tierra mediterránea. Caluroso, con un sol abrasador. Justiciero. Sin piedad.


El señor Manolo se había levantado canturreando de su siesta. Contento, feliz. Por fin había llegado el gran día del año, “el día del gran atasco”. Durante las fiestas de junio o a finales de agosto se formaban otros atascos. Pero como este ¡Nanay! Ninguno.
Se sentó en el porche, cogió sus viejos prismáticos y como si fuese el mismísimo Rommel observó el panorama de forma sesuda. No quería perderse ni un segundo del lucrativo espectáculo.


La pequeña casa de Manolo se había levantado hace décadas junto a la carretera, un privilegiado mirador desde el que podía divisar la ciudad y el mar a lo lejos…


Qué, Manolo, ¿cómo va la cosa? – le preguntó María, sudorosa mujer que con el delantal puesto olía a tortilla de patatas recién hecha.
¡Bien, dona, bien! – contestó Manolo mezclando castellano y valenciano- El asunto empieza a animarse ¡ché, qué tarde nos espera! – refregó con regocijo las palmas de las manos.


¡Qué, chiqueta! ¿Están listas las tortillas? Claro, hombre, tengo ya hechas veinticuatro. ¿Hago más o qué? A mi madre, pobreta, le salen chispas de las manos y de los ojos de tanto pelar patatas, cebollas y batir huevos. ¿Cuánto material crees que hará falta? No sé – respondió Manolo dudoso rascándose sus pobladas cejas- Pero no preocuparos…


En los años sesenta el veraneo en la costa se encontraba en pleno auge y Benidorm era lo más “in”, lo más “chic”, en fin…
A Manolo le habían confiscado unos metros de su terreno para ensanchar la carretera y estuvo maldiciendo durante tres días y tres noches a todo el que se movía sin imaginarse el negocio que se le avecinaba. A mayor amplitud mayor número de coches para el atasco.


¡María! que no se mezclen los botijos de agua sola con los que están “bautizaos” con anís -ordenaba Manolo sin levantarse de la hamaca mientras su mujer corría de un lado a otro cual hormiga desenfrenada.
El verano pasado – recordaba ensimismado- nos dio para arreglar la cocina… ¡y qué “bonica” quedó la puñetera, con sus armarios de railite y su piedra de mármol!
No hacía muchos años vivían miserablemente de cuatro cabras viejas y unas cuantas verduras que cultivaban y que luego vendían por cuatro cuartos en un mercadillo. Y míralos ahora como prosperan.


Curra, la vieja perrita, dormitaba tranquila con un ojo abierto y otro cerrado. Parecía esperar la acción al igual que su amo, quien soñaba con un cuarto de baño bien moderno, con su ducha y su water de taza. “Ya estoy harto de cagar en el agujero del corral, que uno no está ya para tanto levantarse y agacharse. Y mira la agüela… que si orinal a estribor, que si orinal a babor…”.

Entre tanta profunda reflexión cayó la tarde y lo que antes parecía un amago de atasco ya se había convertido en un colapso total. Un desmadre de motores mecánicos y gritos humanos.


Pritchett


¡Tararí! ¡Tararí! Saltó Manolo de la hamaca comenzando a vociferar a su familia con la intención de aligerarles el paso y ponerse prestamente a la faena.
Su mujer apareció a su llamada, expectante y desencajada, atándose el limpio delantal. La abuela, diligente dentro de sus cansinos andares, salió como pudo pero salió.


Para no equivocarse pasaron una cuerda de color claro por las asas de los botijos “sobrios” y otra oscura por las de los botijos “achispaos”. Después los cargaron en la carretilla dedicada a la bebida. María, nerviosa, daba el último retoque a la cesta de los bocadillos y seguía a su dispuesto marido. Que nadie se preocupe por nada -decía Manolo.


En la carretera los coches hacía rato que habían parado los motores y sus ocupantes puesto en marcha sus lenguas. No se crean ustedes que para expresar con dichosos rostros al conductor del vecino automóvil: ¡Qué bonito paisaje! ¡Buenas tardes! ¿Cómo está usted?…No, no, sino para maldecir su suerte, al ministro de Fomento y Transporte y hasta al que había echado la gravilla en la carretera.


A las ocho de la tarde aquello era un caos, un desmadre, una histeria colectiva, una desesperación en masa. El paisaje era de lo más variopinto. Gabino bufaba al volante de su pequeña furgoneta cargada hasta los topes de gallinas y huevos. Co, co, ro, cooo… Don José fruncía el ceño acompañado por su oronda mujer, sus orondos hijos, su oronda suegra y su Pancho, un minino color canela (y orondo) que se llevaban a todas partes. La mujer repetía: ¡Pepe, haz algo, Pepe haz algo!, los crios están desesperaos y mi madre ya no puede aguantar más. ¡Pepeeee, por Dios, haz algo! ¿Pero qué quieres que haga? Respondía el pobre Don José.
La caravana de “Los pavos locos de Algete”, grupo pop que por fin había lografo firmar una gala en Benidorm esa noche y que temían que el sueño de su vida se les escapase entre tráfico ensordecedor y rostros descompuestos, parecía más destartalada de lo que ya estaba en su punto de partida. En un coche una pareja de recién casados se impacientaba por dar comienzo a su (presunta) tórrida luna de miel. Los ocupantes de un polvoriento autobús con destino al mar que portaba una pancarta en la parte delantera – “Rincón gastronómico Atascaburras” (famoso y nutritivo plato típico manchego) – estaban hastiados de cantar lo de conductor, acelera, acelera y el Asturias, patria querida. Todo el atasco en general estaba sediento y con una gazuza más que regular….


¡Tachín, tachín! ¡Arriba el telón!…apareció el bueno de Manolo en su carretilla con franca sonrisa de oreja a oreja y porte de conductor de cuádriga romana, incluido plumero y capita plateada.
Pregonó con donaire sus existencias: ¡¡¡¡Buenas tardes señores atascados, tengo bocadillos variados, chorizo, tortilla, mortadela, “llonganisa”, agua fresquita, anís Paloooomaaa…!!!!


Aquello fue visto y no visto. El primer turno de mercancía desapareció en menos de cinco minutos. La gente compraba los bocadillos al precio que pedía Manolo. Sin rechistar.
Bebía de los botijos “a trago” que controlaba María. La abuela repartía trozos de papel basto para que se limpiasen las manos. Al final y cerrando el cortejo, Curra portaba un cestillo colgado al cuello para las propinas con un letrero: ¡San Cristóbal les proteja. Gracias!
El éxito fue total. Se acabaron las reservas de la casa y casi toda el agua del pozo.

Calmados los ánimos del personal dio inicio la labor de relaciones públicas de un Manolo exultante con los bolsillos llenos. Se paseó con gran zancada entre el atasco.
Cosme, el solista de “Los pavos locos de Algete”, ensayaba con elevado volumen el estribillo de su canción estelar. “Hace calooorrrrrrrrrr, hace mushaaa calorrrrrrrrrr”…El estridente ensayo se suspendió al pasar Manolo a su lado…Maestro, ¿no tendrá por ahí un poco de vinillo de la tierra? Tengo
la garganta más seca que una mojama y así no puedo trabajar. Sí, hombre, eso está hecho ¡María saca la bota con vino de La Condomina! Cosme bebió un buen trago…Esto es gloria, Manolo, ¡bóbilis de ángel que digo yo! Muy agradecido, me ha salvao usted el gaznate, ahora solo falta llegar a tiempo y poder actuar. Que sí, no se preocupe…

Prosiguió Manolo su paseo y descubrió a los recién casados. ¡Hombre! ¿Usted es el Julián, no? Claro, Manolo ¿Cómo le va la vida? Bien, bien…Ay, pillín, el verano pasado recuerdo que estuvo en el atasco con uno amigos y menuda juerga armaron con aquellas chicas inglesas… ja, ja, ja… ¡Chisssst! ¡Calle Manolo, calle, no ve que me he casado! – sonrojado el Julián afirmaba con media sonrisa mientras aflojaba el cuello de la corbata- En seis meses me ha “pescado” la Eleni…y aquí estamos esperando que nos dé luz verde el dichoso atasco para empezar a catar la miel. Que sí, no se preocupe…


Reanudó el garbeo nuestro protagonista y se topó con Lucio. ¡Hombre, aquí hay novedades! Comenzó a contar. Uno, dos, tres y cuaaaaatro ¡Ha aumentado la familia! ¿Eh? Pues ya ve, Manolo, un descuido amoroso que puede tener cualquier “menda” – contestó en tono castizo el gato madrileño Lucio – Con éste se acabó la verbena y se clausura la expendeduría. Eso espero. Seguro que sí, no se preocupe…

A punto de retornar junto a su mujer y demás familia, Manolo fue sobresaltado por unas monjitas que e habían apeado de un flamante seiscientos…Señor ¿haría usted la caridad de dejarnos pasar al aseo? Hermana, de buen gusto lo haría -contestó el interrogado restregándose el cogote- pero… es que -pareció un tanto avergonzado mirando de reojo a María- no tengo aseo. Y… ¿cómo se apañan ustedes? – preguntó la sor con curiosidad – De mala manera, hermana, de mala manera…¡en el corral! Las monjas se miraron entre ellas con un gesto de resignación y se santiguaron. Pues ¡vaya por Dios! ¡Da igual! El caso es urgente, guíenos, por favor. Pasen por aquí y sin prisas. No se preocupen.


Al cabo de unos minutos todos contemplaron el salir ligero, sonriente y aliviado del corral de las otrora apresuradas monjas. Poco después aquello se convirtió en una romería hacia el corral.
¡El año que viene les prometemos que podrán ir a un aseo como Dios manda! – repetía María, repetía Manolo, repetía la abuela, parecía repetir Curra con un vaivén de cabeza.


Era medianoche y por fin se había “desatascado el atasco”. La rueda humana continuó su rumbo…

¡Hasta el año que viene si Dios quiere! ¡Esperamos volver! Eso, eso, contestaba la familia ¡que vuelvan ustedes y que nosotros lo veamos!

Este año el water -comentó María- pero el año que viene la televisión, unos carros más cómodos para transportar la mercancía y para usted, madre, un rosario nuevo con las cuentecicas de nácar.
Eso, eso -repetía ansiosa la anciana- Eso eso.
Que sí, agüela, que sí- dijo Manolo, no se preocupe…