Divorcio
Victoria Pérez Belis

Soy un pie y me quiero divorciar.

Disculpen mi indiscreción pero no lo aguanto más. He soportado dignamente años de tacones, de sandalias con tira asesina entre mi dedo gordo y el resto, de bailarinas en las que rara vez entraba sin ayuda de un calzador, de tiritas de dibujos animados y colorines, de plataformas de vértigo, e incluso del uso de calcetines en los que mis dedos fueron separados individualmente. Sobreviví al tatuaje de la estrella en mi empeine, a los algodones entre mis dedos para poder pintar mis uñas e incluso al anillo que ella alojó en mi meñique como adorno hortera.

Pero todo esto parece no haber sido suficiente… Hoy hemos ido de concierto. Y no se piensen que se trata de un concierto de esos en los que la gente se sienta y disfruta con tranquilidad… no…. no… uno de esos en los que la gente berrea y brinca no sin torturarnos a los que más cerca estamos del suelo. Locas y locos enloquecidos que provocan el maltrato entre colegas. Pandilla de inconscientes, insensatos, irresponsables…. en fin, mi rabia ya no contenida me hace expresarme sin reparo. Perdonen ustedes.

En el momento en que decidió ponerme sandalias con tacón supe que la noche iba a ser difícil. Y es que uno se pregunta si realmente ha sido tan mal pie en esta vida como para merecer unas sandalias con tacón el día en el que uno de los más famosos grupos de rock del mundo viene a ofrecer un concierto en la plaza de toros.

Desde que salimos de casa intenté autoconvencerme de las magníficas vistas que tendríamos desde las gradas. De la comodidad con la que ahora, gracias a las costosísimas pantallas gigantes, se pueden disfrutar los conciertos en la lejanía. Sitios agradables a salvo de esa incómoda arenilla del coso.
Mi optimismo imaginario duró poco, viniéndose mi ánimo abajo cuando comencé a advertir la citada incomodidad arenosa interponiéndose entre mi planta y la suela de la hipermoderna sandalia seleccionada para tal evento. Hoy tocaba ruedo.

Al principio las personas adyacentes incluso parecían tener consideración con nosotros, moviéndose con sumo cuidado evitando levantar arena. Pero es tarea imposible y una vez penetrada aquella, despídete de la limpieza y pulcritud hasta que vuelvas a casa, donde, sin demasiado esmero, terminas acicalado con un agüita rápida en el bidet. ¡Desconsiderada!

Pensaba que la arena sería lo peor de la noche. Pero no, confundido estaba pues no tardaron en llegar restos de la cerveza del mocetón de al lado y un profundo pisotón de la adolescente de delante, quien para mi desgracia había elegido también sandalias con tacón. Reponiéndome estaba del dolor de mi maltratado empeine cuando un sonido peligrosamente familiar me hizo temer lo peor. Perfecto… Llovía.

Mojado, embarrado, con olor a cerveza y dolorido, mi jefa corrió hacia la salida, en donde decidió liberarme de las sandalias para darme el gusto y placer de hincar en mi planta todo tipo de piedrecillas, cristales, pinchas y derivados… Un camino a casa la mar de confortable. El tramo de acera hasta el hogar me parecía la gloria comparado con el infierno que había vivido minutos antes. No me importan los chicles, ni los papeles que se me pegan, ni siquiera la proximidad con la que he pasado junto a un gran recuerdo que un perro se ha encargado de regalar a sus vecinos. Por fin estoy lejos de personas que saltan, gritan y… pisan. Además estaba la maldita arena.

En este contexto, como ahora en el que me encuentro compartiendo mis penurias, son los instantes en los que reflexiono en serenidad y me planteo el divorcio, la separación definitiva…
Sin embargo, soy un sentimental, ¿por qué negarlo? Y no puedo olvidar los baños de sales, las tiernas caricias entre amigos, la suavidad de su mascota y algún que otro masaje que a veces recibo… No, si en el fondo no es tan pérfida como parece. De momento lo aplazo… ¡hasta el próximo concierto!