Crítica

El veterano autor de las novelas del “Conejo” se olvida de roedores humanos y ubica su narrativa ahora en el asunto del terrorismo para, con el protagonismo de un muchacho de progresivo fanatismo, intentar describir la génesis de la exacerbación y el odio que puede conducir a un ser humano a olvidarse de vivir y optar por una mortífera inmolación.
Este joven protagonista es Ahmad Mulloy, hijo de una mujer irlandesa y de un hombre egipcio que abandonó a su madre cuando él solamente contaba con tres años de edad.

Seguimos a través del desarrollo de la novela las implicaciones de Ahmad en el islamismo tras el contacto con Shaikh Rashid, y la clásica idealización del personaje ausente, las aversiones crecientes a lo que no se vincule con su ideología, y el aislamiento intelectual y personal en pos de su único motor vital.

El libro no se aleja de las típicas historias de angustia adolescente y su derivación en actitudes y pensamientos extremistas, con el añadido de las anotaciones de rigor sobre los temas abordados (para demostrar que se está documentado), y el interés del contexto sociopolítico actual (para que el libro tenga la mejor salida comercial posible).

Tal interés se diluye con el paso de las páginas, ya que en la novela, que intenta combinar una narrración clásica de thriller con un estudio psicológico de personaje con una exposición verista de tonalidades grisáceas, los tópicos abundan en torno al fundamentalismo islámico y el comentario de la sociedad en la que el terrorista se genera, sin que se produzca una intensa penetración en la psique del personaje central, cuya participación no va más allá de servir de asiento humano para una aglomeración de clichés.

No obstante, posee algún que otro momento de suspense conseguido, y el retrato emocional del muchacho, movido entre estereotipos, no deja de tener matices realistas.