• Por Antonio Méndez

jose-asuncion-silva-poemasEl melancólico y pesimista José Asunción Silva fue un hombre y escritor romántico que murió de manera romántica suicidándose con un disparo en un corazón señalado previamente en sus ropajes.

En su obra se aprecia a la perfección este sentir taciturno de un poeta fenomenal.

El empleo del verso libre, la ausencia de rima, la musicalidad en su ritmo o el empleo de brillante adjetivación son algunas de las características de su poesía que antecedió al modernismo.

“Nocturno III” es una de sus obras cumbres.

Se trata de una elegía a su querida hermana Elvira, de cuya relación fraternal muchos han querido ver una relación incestuosa, en donde se comulga su intensidad emocional, su pesimismo y amargura vital, su exposición decadente, su gradación cetrina, su imaginería mortuoria y sus temáticas habituales como la muerte o el amor que vinculan a José Asunción Silva con autores como Gustavo Adolfo Bécquer o Edgar Allan Poe.

Este es ese poema, el más conocido de toda su bibliografía:




NOCTURNO III

Una noche
una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas,
Una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas,
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida caminabas,
y la luna llena por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
y tu sombra fina y lánguida
y mi sombra por los rayos de la luna proyectada sobre las arenas tristes de la senda se juntaban.

Y eran una
y eran una
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!

Esta noche solo, el alma
llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,
separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,
por el infinito negro,
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida
y el chillido
de las ranas,
sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,
¡entre las blancuras níveas de las mortüorias sábanas!

Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
Era el frío de la nada…

Y mi sombra
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola
¡iba sola por la estepa solitaria!

Y tu sombra esbelta y ágil
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella…
¡Oh las sombras enlazadas!
¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!…