• Por AlohaCriticón

RAN (1985)

Dirección: Akira Kurosawa.

Intérpretes: Tatsuya Nakadai, Akira Terao, Jinpachi Nezu, Daisuke Ryu.

En el Japón del S.XVI, Hidetora Ichimonji (Tatsuya Nakadai), patriarca de un poderoso clan, decide legar la autoridad sobre el mismo a su primogénito Taro (Akira Terao), y a sus dos otros hijos, Jiro (Jinpachi Nezu) y Saburo (Daisuke Ryu). Este último será desterrado por su progenitor al mostrar su disconformidad ante tal decisión.

“Ran” (caos en japonés) es una de las películas más importantes de la filmografía de Kurosawa, una pieza monumental de madurez en la que el maestro japonés muestra su concepción más pesimista de la existencia humana, concepción que, no olvidemos, es la que predomina en el conjunto de su obra. Para ello se vale de “El rey Lear” de Shakespeare y de la figura de Monotari Moni, personaje histórico del período de las provincias en guerra anterior a la era Tokugawa.

Kurosawa consideraba “Ran” la película de su vida, no en vano dedicó casi una década a estudiar el contexto histórico de la época que retrata, así como a realizar los dibujos y bocetos sobre el vestuario y las localizaciones en las que se desarrollaría el filme.

De subyugante belleza plástica, la película se erige como lienzo de luminosos contrastes cromáticos que se contraponen con la oscuridad interior de unos personajes marcados por la ambición, el egoísmo y el odio. Resultando fascinante el personaje de Lady Kaede (Mieko Harada), sucedánea de la Asaji/Lady Macbeth de “Trono de sangre”, mujer fría y manipuladora, cuya sed contenida de venganza desembocará en la destrucción de un clan dirigido por hombres estúpidos. Su interpretación se sitúa a la cabeza de un reparto perfecto, caracterizado por una gestualidad que viene determinada, tal y como señaló el propio Kurosawa, por los códigos de conducta y comportamiento de la época, y no por las influencias del teatro Nô.

La soberbia puesta en escena deambula entre secuencias intimistas y sangrientas batallas perfectamente coreografiadas, en las que el uso del sonido y el montaje se muestran prodigiosos.

“Ran” se mantiene como una de las cumbres del cine de los años ochenta, así como una profunda reflexión acerca del fatalismo tantas veces inherente a la propia naturaleza humana.

Ricardo Pérez