• Por AlohaCriticón

ANDREI RUBLEV (1966)

Dirección: Andrei Tarkovsky.

Intérpretes: Anatoli Solonitsyn, Ivan Lapikov, Nikolai Grinko, Nikolai Sergeyev.

Película terminada por Andrei Tarkovsky en el año 1966 y estrenada en cine en 1969 que, basada en la vida del personaje real Andrei Rublev (Anatoli Solonitsyn), monje pintor de iconos, realiza un retrato del contexto histórico de la Rusia del siglo XV.

Andrei Tarkovsky señalaba en su “Diario” que la religión, la filosofía y el arte fueron inventados por el hombre para condensar la idea de infinito. Pues bien, sobre estos tres pilares descansa la filmografía del maestro ruso, impregnada toda de ella de una poética visual inigualable.

Andrei Rublev es su segunda película y la primera verdaderamente personal, ya que “La infancia de Iván” (1962) había sido una obra de encargo, en la que no obstante Tarkovsky ya había dado muestras de su talento (a resaltar de este filme las secuencias oníricas del pequeño Iván).

El cine de Tarkovsky no es apto para el público acostumbrado a cintas con ritmo de vídeo-clip sino que se trata de un cine denso, profundo, lento, contemplativo y poético. Un cine en el que lo sensorial predomina sobre lo narrativo (la máxima expresión de esta característica sería su filme “El espejo”) de ahí que la obra que nos ocupa se divida en distintos capítulos, en los que el personaje de Andrei Rublev siempre está presente aunque no sea necesariamente el mayor protagonista de los mismos. Esta ruptura de la narración convencional, permite a Tarkovsky (coautor del guión junto con Andrei Konchalovski) presentar a todo tipo de personajes dispares.

Rublev, personaje histórico de cuya vida se sabe muy poco aunque muchas de sus obras se han conservado, se nos presenta aquí como un artista idealista y extremadamente sensible que tras salir de su “cascarón” (el monasterio) experimentará una bajada a los infiernos al entrar en contacto con el mal, la miseria, la debilidad, la envida o las tentaciones carnales de la humanidad que pondrán a prueba su fe y que le permitirán encontrar su sitio hasta alcanzar la trascendencia.

Se trata por tanto de una reflexión acerca de la función del artista en el mundo, función de la que este sólo alcanzará verdadera consciencia tras el episodio final de la campana (maravillosa metáfora de la fe) donde el blanco y negro de la película dará paso al color, mostrándonos los iconos reales de Rublev.

No resulta complicado encontrar paralelismos entre el personaje de Rublev y el propio Tarkovsky, ya que ambos artistas se enfrentan a un entorno poco receptivo a la hora de aceptar su mayor sensibilidad. Por todos son conocidas las dificultades que tenía Tarkovsky para hacer cine en su país (el cine soviético de la época estaba completamente condicionado por el estado) ya que era demasiado personal y espiritual, lo que finalmente le llevaría al exilio.

En definitiva nos encontramos ante una de las obras esenciales de su autor y por extensión de la historia del Séptimo Arte.

Ricardo Pérez