AMANTES (1991)
Director: Vicente Aranda.
Intérpretes: Victoria Abril, Jorge Sanz, Maribel Verdú, Enrique Cerro.
Madrid, años 50. Después de concluir el servicio militar Paco (Jorge Sanz) intenta labrarse un futuro y casarse con su novia Trini (Maribel Verdú), quien trabaja como criada para un comandante (Enrique Cerro) del cual su novio fue asistente.
Paco alquila una habitación en casa de una joven viuda llamada Luisa (Victoria Abril), con quien iniciará una apasionada relación sexual.
El incumplimiento de las previsiones que alguien abriga respecto a un objeto o
un acontecimiento determinados, no siempre constituye un suceso desgraciado:
“Amantes” estaba destinado a ser, en un principio, un episodio más de esa
excelente serie televisiva –promovida, y emitida, por Televisión Española- que,
bajo el título de “La huella del crimen”, recogió una selección de los más
escalofriantes hitos de la leyenda de la España negra. Pero, a la vista del
material rodado y montado, tanto su director, Vicente Aranda, como su productor,
Pedro Costa, consideraron seriamente la posibilidad de “trasladar” su
distribución al circuito cinematográfico, previo paso por la Berlinale. El
campanazo fue espectacular: “Amantes” triunfó por todo lo alto en la capital
alemana (además, “tocó pelo”, gracias al Oso de Plata a la Mejor Actriz con que
se alzó Victoria Abril), y alcanzó un sonadísimo éxito tanto de público como de
crítica. Pero, no por casual, tendríamos que considerar este triunfo como
injusto: “Amantes” es, sin ningún género de dudas, una de las mejores películas
españolas de los últimos veinte años; una producción perfectamente homologable a
cualquiera de ámbito internacional que se mueva en sus mismo parámetros; y una
demostración evidente de que comercialidad y calidad no tienen por qué ser
conceptos excluyentes en su relación con un mismo film.
“Amantes” es una película fuertemente “española”; al fin y al cabo, su trama se
desarrolla en un momento histórico, el de la posguerra, y en un ámbito
geográfico, el de la España profunda, ya sea capitalina o rural, perfectamente
identificables (y mil y una veces llevados a la pantalla -hasta constituir casi
una suerte de subgénero del cine hispano-, aunque quizá en muy pocas ocasiones
con tanta brillantez formal como en ésta); pero toca unos temas, y despliega
unas tramas, tan universales que, sin perder tal seña de identidad, es capaz de
trascenderla y elevarse como una fantástica muestra de híbrido del mejor
film-noir –aderezado con unas gotas de sexo nada elíptico, por cierto- y la más
macabra tragedia amoroso-costumbrista. Y no, no se trata de una acumulación
abigarrada: todos los elementos se despliegan, y engarzan, con naturalidad,
hallando su ubicación clara en una narración lineal y sin la más mínima
complejidad estructural.
“Amantes” también es una película claramente de autor; del suyo, de Vicente
Aranda: en “Amantes” encontramos todos los rasgos que configuran el tan particular
universo fílmico del director catalán, sus gustos, sus querencias, y todo
aquello que viene constituir referente de su personalísimo estilo. Pero, eso sí,
tamizado, como con sordina: no en vano, terminan imponiéndose sobre el
tremendismo y el sexo explícito al que antes se aludía –que también los hay: en
la ciega determinación de los personajes en pos de sus pretensiones, por
ejemplo-, otros elementos, como la atmósfera de miseria física y moral que lo
inunda todo (y que tan bien plasmada queda gracias a unos magníficos trabajos
tanto de dirección artística –ya sea en interiores o en exteriores- como de
iluminación –esa luz mortecina y grisácea que da un color apagado tremendamente
propio-), o un dibujo de personajes plagado de matices y recovecos.
Personajes muy vivos, que, desde unas constantes de carácter bien definidas,
evolucionan y se van posicionando en función de los avatares de la historia,
hasta descolocarse y descolocar al espectador, de forma abrumadora: algo
inevitable cuando la trama va a terminar desembocando en un final tan amargo
como trágico. Y, para dar vida a tales personajes, un trío protagonista de
muchísimos quilates, no tanto por sus calidades individuales –si exceptuamos el
caso de Victoria Abril- como por la extraordinaria química que surge entre
ellos, fruto de un excelente trabajo de dirección de actores: tanto Jorge Sanz
(ese Paco inocente y lerdo, cuyo único motor existencial parece ser la
expectativa de poner su miembro viril “a buen recaudo”; por ahí, precisamente,
terminará perdiendo la cabeza…) como Maribel Verdú (su Trini, la fregona que,
por amor, venderá su alma al diablo y su virgo y sus ahorros al peor postor, en
una clara demostración de que cualquier pragmatismo se termina yendo al traste
cuando juega sus cartas en la mesa equivocada) consiguen prestaciones muy
superiores a las que, a tenor de sus trabajos precedentes, hubiera cabido
esperar de ellos, y demuestran una madurez y capacidad poco acordes con su
bisoñez. En cualquier caso, prestaciones suficientes para alcanzar el nivel en
el que se mueve ese monstruo de la interpretación (aquí, además, en estado de
gracia) que es Victoria Abril: su caracterización de Luisa, una mantis religiosa
que convierte a un muñeco en un guiñapo con sólo un par de pasadas por su cama,
pero que, a pesar de ello, termina siendo, presa de un efecto boomerang, la
víctima de todas las trampas (la suya, en lo amoroso, y la de sus compinches, en
lo “profesional”), un juguete roto y desvalido, constituye toda una lección de
creación de un personaje, y lo convierte, junto a los de sus compañeros de
reparto, en el vértice más brillante de un triángulo tan mortífero como
espectacular (espectacular, sí, pese a lo sórdido del ambiente que les rodea).
“Amantes” es un excelente thriller criminal, pleno de tensión y desarrollado
sobre una progresión narrativa precisa y metódica; “Amantes” es un magnífico drama
sentimental, plagado de pliegues escabrosos y meandros a cuyo borde es peligroso
asomarse; y “Amantes” es un extraordinario retrato social y costumbrista de una
España, la de posguerra, que ofrece pocos resquicios a una memoria sentimental
con una mínima pizca amable. En definitiva, una gran película, de las que se ven
muy de tarde en tarde y que, por tanto, hay que disfrutar con total regocijo en
todos y cada uno de sus matices, que son muchos y variados, tal es su riqueza de
formas, fondos y registros. Formidable.Manuel Márquez
Enlaces