DEVILS ON THE DOORSTEP (2000)
Dirección: Jiang Wen.
Intérpretes: Jiang Wen, Jiang Hongbo, Teruryuki Kagawa, Yuan Ding.
Una noche pasional de 1945, en un poblado del Noreste de China ocupado
por las fuerzas armadas japonesas, un desconocido deja a Ma Dasan
(Jiang Wen) el recado de custodiar, hasta su vuelta, dos misteriosos sacos.
La sorpresa será mayúscula cuando Ma Dasan descubra el contenido de
los bultos: dos soldados japoneses capturados por no se sabe quién.
“Devils on the doorstep” es una producción china del año 2000 que ha tardado
seis años en estrenarse en una pantalla española. (¡Cuantas joyas no nos
perderemos por intereses varios y ajenos!)
El principal culpable creativo de la cinta que se comenta, en labores de
dirección, guión, producción y primer intérprete, responde al nombre de
Jiang Wen, conocido por sus intervenciones en películas de Zhang Yimou.
El señor Jiang Wen, con un grandísimo sentido del humor que demuestra en
sobresalientes pasajes del filme, nos relata un cuento, como si de Charles
Perrault se tratara, en el que, desafortunadamente y tal y como suele
ocurrir las más de las veces en la realidad, el lobo se come a caperucita
(la maldita verdad siempre tan oculta y disimulada).
Utilizando la fotografía en blanco y negro, para recurrir al color en el
momento estratégico oportuno, como ya hiciera Steven Spielberg en la
también guerrera “La lista de Schindler” (1993), Jiang Wen construye
primero una comedia alrededor de las ingenuidades espontáneas de los
habitantes de un pueblo chino para, seguidamente, ir desembocando de
forma progresiva en la más terrible tragedia, al coger el mango de la
narración la nada inocente y orquestada maquinaria bélica del bando que
corresponda.
Si hay que destacar algo de la totalidad de “Devils on the doorstep”, serían
los episodios desternillantes en los que interviene el traductor de chino-
japonés, japonés-chino, de un efecto cómico indudable y, fuera de broma,
con un poder de manipulación sin mesura.
Tragicomedia, pues, bien escrita, aunque excesiva en su metraje al
trasladarse al celuloide, y que trae recuerdos berlanguianos (“La vaquilla”
(1985)), o de otro título italiano con argumento similar y premio en
Hollywood: “Mediterráneo” (1991).
Alberto Alcázar