• Por Antonio Méndez

the national boxer disco album cover portadaCrítica

Como muchos otros conjuntos de ahora y de siempre, los National se ubican en tonos afligidos, introspectivos, en narraciones de ambiente nocturnal y brumoso, con naturaleza de romanticismo sombrío.
Sus huellas se encuentran tanto en la poética de Leonard Cohen, como en el post-punk gótico de Joy Division, sin olvidar trazas de los Blue Nile, Nick Cave, The Cure, Tom Waits, o los Tindersticks.

El aspecto intimista y taciturno de su música va más allá de otras incontables propuestas similares gracias a la expresión vocal barítona de Matt Berninger, quien a través de una ejecución conversacional concede la profundidad necesaria a sus textos líricos, un tanto ambiguos, y muy dependientes de la imaginería.
La instrumentación tanto se manifiesta elegante como puntualmente abarrocada y densa, con arreglos sofisticados que intensifican los textos.
Tanto cabe un melancólico piano como una briosa batería, una viva trompeta o unas lujosas cuerdas.

Un piano es el que se escucha en los inicios de “Fake Empire”, en donde Berninger nos dibuja varias escenas domésticas con manzanas, pasteles y limonadas, nos pasea por danzas sobre hielo y pájaros a las espaldas.
Parece mostrarse escéptico con el aborregamiento y cierta indolencia social describiendo con poética situaciones cotidianas y ensoñadoras.
La pieza posee un crescendo en el que la percusión incrementa el tempo de forma notable.

El single “Mistaken For Strangers” parece mixturar a los Sonic Youth con Joy Division.
El trabajo en la sección rítmica, con una pujante labor en las baquetas (constante en los inicios del álbum), y el notable desarrollo melódico, convierten a esta pieza de ecos new wave en uno de los mejores momentos del disco.

En “Brainy”, de nuevo con reminiscencias de Joy Division, un perturbado persecutor femenino persigue a una mujer, llegando en su ofuscación por ella a guardar sus huellas dactilares en una carpeta rosa. Las guitarras angulares, repicantes, junto al estribillo de necesidad amoroso-sexual, recalcan la paranoia del protagonista.

La batería vuelve a tomar protagonismo, aquí muy acentuado, en “Squalor Victoria”, cautivadora mezcla entre diatriba textual, iteraciones mantra y elegancia con arreglos orquestales.
Muy acertada la orientación rítmica, la creación atmosférica y la ejecución laxa vocal.

Una guitarra acústica es básica en el comienzo de “Green Gloves”, tonada sobre amistad con inclusión en ropas, mentes y camas ajenas.
Los sonidos acústicos son protagonistas también en “Slow Show”, con evocaciones a momentos pasados de risas conjuntas entre pareja ante espectáculos lentos y tontorrones, en “Start a Wark” y en “Racing Like a Pro”, ambas con guitarras tan folkies como abarrocadas.
La segunda posee un encantador estribillo que hace elevar un tanto el nivel del tramo final del disco, ya un tanto redundante en los motivos poéticos y sónicos de esta banda.

El muro guitarrero distorsionado hace acto de aparición en “Apartment Story”, historia de embotes televisivos y acomodos vitales; y más sonidos angulares se escuchan en “Guest Room”.
Elevan el ritmo en esta historia de ligazón forzada amorosa con prisiones (seguramente mentales) para gilipollas.

El disco termina con “Ada”, pieza en donde las texturas alcanzan uno de sus momentos de mayor densidad, y “Gospel”, hermoso remache de sus propuestas acústico-tristonas con meritoria labor melódica.

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