Dirección: Kim Ki-Duk.
Intérpretes: Kwak Ji-Min, Seo-Min Jeong, Lee Eol, Kwon Hyun-Min.
Yeo-jin (Kwak Ji-min) y Jae-young (Seo Min-jung) además de compartir su amistad, comparten un proyecto en común: conseguir un billete que les lleve a Europa. Para ello, Jae-young se ofrece a ejercer la prostitución, siendo Yeo-jin la que se encarga de gestionar el negocio. Un dramático suceso hará que Yeo-jin pase a ocupar el oficio de Jae-young y recorra el camino en sentido contrario al efectuado por ésta, procediendo a la devolución de los emolumentos a los distintos clientes. En el ínterin el padre de Yeo-jin es testigo, silencioso e iracundo, de la prostitución de su hija.
Se puede decir que 2004 fue el año en el que Kim Ki-duk consolidó su nombre en territorio occidental, más concretamente en Europa, en donde artísticamente y salvo contadas excepciones, el prestigio de sus premios suele superar a los otorgados en suelo americano. La fecunda y acertada actividad que ha desplegado el director oriental durante ese período, le ha reportado el reconocimiento de importantes festivales allende sus fronteras natales, iniciado ya con “Primavera, verano, otoño, invierno y primavera” (2003).
A la ya estrenada “Hierro 3”, hay que sumar ahora su último trabajo que aterriza en nuestras salas, “Samaritan Girl”, algo más floja que la anterior pero por la que Kim Ki-duk obtuvo el Oso de Plata del Festival de Berlín.
Si en algo habría que elogiar al realizador coreano sería por el planteamiento original de las historias que propone desde un estilo sobrio y fluido. Además, el carácter polifacético en la elaboración de sus películas, echándose sobre sus espaldas el guión, el montaje y la producción, refleja la actitud de querer involucrarse de lleno en su labor, para que lo que llegue al espectador se aproxime lo más posible a lo concebido en su cabeza.
En “Samaritan Girl” (cuyo cartel, dicho sea de paso, ha sido censurado en Corea), Kim Ki-duk nos presenta en tres capítulos (“Historia de Vasumitra”, “Historia de la samaritana” y “Sonata”) el retrato de una adolescencia marcada por el famoso aforismo de que el fin justifica siempre los medios. En este caso concreto, el deseo de viajar a Europa hace que dos “lolitas” se alíen para obtener el dinero necesario que les permita cumplir esa aspiración, eso sí, a cambio de que una de ellas ejerza de meretriz.
No obstante, la tragedia no tardará en estallar, desencadenando el conflicto moral que Kim Ki-duk quiere transmitirnos. A la buena voluntad de Yeo-jin de ejecutar su plan de redención, emerge el personaje del padre, presentado como un ser de fuertes convicciones religiosas y a quien el conocimiento de las actividades “extraescolares” de su hija le sobrepasan, desconociendo el verdadero motivo que se esconde detrás de éstas.
Alberto Alcázar