LOS PUENTES DE MADISON (1995)
Dirección: Clint Eastwood.
Intérpretes: Clint Eastwood, Meryl Streep, Annie Corley, Victor Slezak.
Cuatro son los días que la familia Johnson estará fuera de la granja.
Francesca (Meryl Streep), un ama de casa dedicada durante muchos años al
cuidado de los suyos, agradecerá sobremanera estas pequeñas vacaciones – que
alejarán momentáneamente a su marido y a sus dos hijos- con la esperanza de
que esos días dedicados única y exclusivamente a ella, le hagan borrar de
alguna manera el gris de su rostro; reflejo de la cantidad de ilusiones sin
cumplir, o quizá, según veamos más adelante; por cumplir.
Casi al tiempo que despide a su familia por el viejo camino de arena, acude
a su granja Robert Kincaid (Clint Eastwood), un fotógrafo del National
Geographic interesado en capturar bajo su objetivo los puentes Roseman y
Holiwell.
El extranjero, algo perdido, reclama la ayuda de la bella italiana, con la
que muy poco tiempo después le unirá algo más que una mera relación de
cortesía.
Si revisamos un poco la historia del cine nos encontramos ante películas en
las que hay como punto de partida estas viejas construcciones: los puentes
(“El puente de Waterloo” , “Le notti bianche”, “Breve encuentro”, entre
otras). Releyendo el ensayo sobre los puentes en el cine de Chale Nafus, nos
percatamos de que es una de las obras civiles más utilizadas en el séptimo
arte y que en palabras del autor: “Muy pocas veces el personaje de una
película cruza un puente sólo para llegar al otro lado. El paso por el
puente suele significar algún tipo de cambio; la transición a una nueva fase
vital, la conexión con una persona nueva, o la confrontación con el peligro
e incluso la muerte”.
Brillantemente utilizado el puente como alegoría de cambio, ruptura con lo
establecido y transición ante lo desconocido, nos hayamos ante una de las
indiscutibles joyas cinematográficas de los últimos tiempos.
De la mano del genio Clint Eastwood podemos constatar una vez más, que no es
necesario un cuerpo atlético, una sonrisa de fresa y una hilarante juventud
que haga que la pasión desborde la pantalla. Solo hace falta fijarse en la
magistral interpretación de sus protagonistas para ver cómo el aplomo, la
lealtad, la responsabilidad, el futuro incierto y la lucha en la que te pone
la vida cuando – quizá algo tarde- se cumple tu sueño; no son incompatibles
con la carne de gallina que te sube por la espalda cuando la mano de quien
amas roza levemente tu mejilla; ni tampoco con los nervios que te llevan a
comprarte un vestido para la primera cena juntos , ni con la sonrisa que
cual quinceañera se te escapa al mirarle de soslayo.
Esto y mucho más es lo que nos encontraremos en “Los Puentes de Madison”,
una adaptación de la novela de Robert J.Wallace del mismo nombre que en 1995
llegó a la gran pantalla. Es curiosa, o al menos digna de mención, la
ceguera de los “entendidos” hollywoodienses quienes se dejaron eclipsar por
cerditos rosados; héroes galácticos en misiones septuagenarias, alcohol y
muerte en Las Vegas; penas de muerte y gritos todos a una de libertarios
encabezados por Wallace. Films sin lugar a duda merecedores -casi todos- de
galardones, pero en los que se extraña un trocito de Madison. Se extraña la
representación de una película en la que hasta el duro Clint llora de amor
bajo la lluvia – en una de las escenas más dramáticas jamás filmadas-
mientras que Streept con el llanto y el silencio como únicos conocedores de
su intimidad, se aferra al manillar del coche congelada por el dolor.
Personalmente rehuyo cualquier categorización temática que trate de unificar
los criterios y obras de un mundo tan heterogéneo y dispar como el que nos
ocupa, si bien este caso no es una excepción. No diré pues que estamos ante
un drama romántico, ni diré tampoco que pertenece al cine de ideas. Lo único
que podemos asegurar es más que una certeza un deseo: Sr Eastwood, no se
muera nunca.
Cristina Gómez
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